Más adentro de lo que pasa en el país y en la Casa de Nariño, Manizales está viviendo días con preguntas en dos frentes. Unas que surgen de las marchas que se han tomado las avenidas, después del 21 de noviembre y la movilización nacional; y otras que salen del cambio de gobierno local en los despachos públicos y sectoriales, después del 27 de octubre y el triunfo de Carlos Mario Marín con más de 70 mil votos.
Las preguntas de ambos frentes vienen al tiempo, con el mismo reto para la institucionalidad al momento de ofrecer respuestas, pero con la misma oportunidad de encontrar buenos cambios.
Las preguntas no están fáciles, ni en la calle, ni en los despachos. Se dicen tan sencillo o directo que parecen vacías y superficiales; no se dejan articular entre sí y hasta se ven contradictorias; la mayoría de las veces no se les reconoce dueño ni autor, entonces aparentan desorganización o improvisación. Increpan por la lucha contra la corrupción, pero también por la lucha contra el patriarcado. Hacen puentes tan largos que las preocupaciones de seguridad social de los jóvenes terminan ligadas a las preocupaciones por el agua. Al final, lo único, es que terminan siendo preguntas complicadas de entender y responder, pero no por eso dejan de estar ahí.
La calle, de un lado, nos está dejando la oportunidad de recordar que las demandas de las movilizaciones nunca son unívocas, de ahí lo complejas para las instituciones. Por el contrario, son siempre la suma de varios reclamos más concretos, más diversos y en extremo particulares que encuentran la manera de juntarse en una agenda común, que suele ser siempre una palabra, una idea sencilla. Por ejemplo, como los hemos dicho, vocablos como “paz” o “igualdad” alcanzan para hablar al tiempo de garantías sociales, de defensa del ambiente, de transparencia, de mujeres.
Del otro lado, la calle nos está mostrando la dificultad y el reto que queda para los gobiernos cuando la demanda alcanza una articulación muy amplia de reclamos concretos. Se hace complejo identificar detalles, voceros u objetivos, y el Estado entra en una incapacidad para responder a todo y para ofrecer recursos o bienes institucionales que terminan siendo poco ante la dimensión real de la demanda.
Los pesimistas, como Marc Hofsteter o Alicia Eugenia Silva, quizás institucionales y técnicos, acusan que no hay con quien hablar o que solo se podría hacerlo con élites minoritarias que sacan provecho. Los optimistas, como Mauricio García Villegas o Ricardo Silva, quizás demócrata y retóricos, hablan de volver a ideas sencillas que unan como “nivelar la cancha” o “agachar la cabeza”, para animar entre la diversidad alguna respuesta para la demanda, una en la que quepan varias soluciones para los varios reclamos.
En el otro sentido, en los despachos públicos y sectoriales de Manizales tienen el reto de interpretar y responder a los más de 70 mil votos que consiguió Carlos Mario Marín. Estos, también como demanda popular y ciudadana que se expresó en elecciones, representan preguntas que no son fáciles de interpretar, de relacionar entre sí, de explicar, porque por igual están unidos en su diversidad de contenidos y fines.
El gobierno entrante, empezando por Marín y quienes ya empiezan a despuntar como líderes en cada sector, deben afrontar el reto de interpretar y responder, sin que todo termine en una expectiva de cambio incumplida que se devuelva. Quizás con el acierto de que la técnica y la institucionalidad no sean la causa del pesimismo sino el efecto de respuestas complejas pero animadas por ideas sencillas que unen.
También el gobierno saliente de Octavio Cardona, al menos por los días que le quedan, debe estar con el reto de responder y responderse qué tanta responsabilidad le cabe por las preguntas de las calles y despachos. Qué tanto debe agachar la cabeza en el ocaso del periodo, en el Instituto de Cultura y Turismo, en el Cable Aéreo o, como lo vimos, en Aguas de Manizales. Los despachos deben estarse preguntando qué tantos errores de Cardona reconocerían para que no los repita Marín: ¿La alergia a dialogar con el crítico? ¿La terquedad en las debilidades? ¿La facilidad para inventarse y crearse enemigos? ¿La confusión entre popularidad y legitimidad, o entre publicidad y eficacia? ¿El aislamiento al no poder entender que en democracia no hay poder sin pueblo?
Preguntas todas de una democracia, que recuerdan que ganar unas elecciones no es garantizarse la continuidad, ni la legitimidad, ni la última palabra.
El uso de este sitio web implica la aceptación de los Términos y Condiciones y Políticas de privacidad de LA PATRIA S.A.
Todos los Derechos Reservados D.R.A. Prohibida su reproducción total o parcial, así como su traducción a cualquier idioma sin la autorización escrita de su titular. Reproduction in whole or in part, or translation without written permission is prohibited. All rights reserved 2015