Regresa un año para votar y el voto vuelve a ser protagonista. Pero el voto, así solo, es insuficiente para cualquier pueblo que quiere gobernarse. Algunos a veces hasta desconfiamos de ver cómo la modernidad lo terminó convirtiendo en la reducción última de lo democracia, pero esa es una historia más larga. Lo cierto es que en ese simplismo democrático hemos terminado por tomar el voto como un bien, que puede canjearse y hasta ponerse en venta; hemos olvidado tomarlo como esa fracción de nuestra dignidad humana y de nuestra pertenencia a un pueblo que es capaz de decidir y crear los entornos de vida que queremos
¿Cómo llenamos al voto con el sentido de nuestra propia dignidad y con el significado democrático que lo alienta y que lo excede? Con tres visiones que lo acercan a su real dimensión: si vemos el voto como la autonomía que busca crear el modo de vida que queremos, si tomamos el voto como una oportunidad de exigirle a nuestros gobernantes, y si asumimos el voto como control al poder y contra la corrupción.
Primero, el voto es apenas un escalón, pero es un escalón poderoso por su lugar en la democracia. Es parte de esa fuerza en la que decidimos por nosotros mismos un modo de vida. De alguna forma es parte del privilegio que tenemos y que han tenido pocos en la historia de la humanidad: escoger nuestros gobernantes solo por la libertad de ser nosotros quienes nos gobernamos.
En este espacio, el voto se nos convierte en un eslabón imprescindible para transformar o para resistir, bien porque queramos un cambio, o bien porque queramos proteger lo que creemos que debe cuidarse. La calidad de vida, los derechos humanos, la competitividad, los recursos naturales, el empleo, la paz, todo entra en el juego de ser transformado o de ser cuidado al momento en el que vamos a elecciones. Entonces allí entendemos para qué votar, para optar por la vida que queremos.
Segundo, el voto es la oportunidad de que los gobernantes, como representantes, no tengan espacio para usar el poder en otra cosa. Un voto con libertad, especialmente un conjunto de votos libres, nos da el poder de que su representación no sea un cheque en blanco con el que delibera sin control sobre lo que crea que deba hacerse; más bien logramos que sea un mandato encaminado a cumplir sus propuestas, sus promesas y los acuerdos a los que ha llegado con los sectores que lo apoyaron.
El voto nos facilita la construcción de eso que los expertos han llamado ‘mandato promisorio’, o incluso, más radical, un ‘mandato imperativo’. “La tarea del representante [gobernante] ya no será satisfacer los que él considere sean los deseos de los electores, sino cumplir los deseos que él les prometió cumplir”, explica Felipe Rey Salamanca, profesor de la Universidad Javeriana, en uno de sus estudios sobre la representación política. Pero si intercambiamos el voto, entregamos un poder ilimitado y perdemos el poder de reclamar las promesas.
Finalmente, insisto, el voto es un mecanismo efectivo en cualquier lucha contra la corrupción. Parece elemental: votar a favor de los candidatos y partidos que en la región generan confianza y garantías para el cuidado de lo público; y no votar, como castigo, por aquellos candidatos y partidos que en la región no generan esa confianza ni esas garantías. Pero a veces renunciamos al voto como posibilidad de salvar al poder de la corrupción, y lo vendemos, lo canjeamos. Y sabemos que está tan mal, que lo hacemos en secreto.
Ahora bien, en esta época en la que las elecciones y las redes sociales disfrazan falsedades como si fueran historias veraces, es importante que nuestras confianzas y desconfianzas al momento de votar contra la corrupción se construyan con percepciones que tengan en cuenta otras fuentes de conocimiento. De un lado, leer información verificada de medios reconocidos y de personas que investigan contrastando sus datos, para conocer la trayectoria, el perfil y el actuar de los candidatos. De otro lado, tener en cuenta las opiniones que hemos ido construyendo con las conversaciones cotidianas e íntimas, esas en las que el familiar, el vecino o el colega nos han contado la tragedia de haberle apostado a un candidato o gobernante corrupto.
La tragedia es que los candidatos corruptos sí saben del poder del voto cuando se ejerce con dignidad y sentido de democracia. Por eso andan poniéndole precio, para comprarlo y dejarnos solo el voto vacío, sin poder.
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