Cada que dicen que debemos unirnos en contra de la corrupción y en contra de la violencia, pienso en un milagro. Cada que hablan sobre quiénes deberían unirse y cómo deberían unirse, vuelvo pienso en un milagro. Y los milagros existen.
Se me da por creer que esa unión contra la corrupción y la violencia solo es posible con más alquimia que sentido común, con más arrojo que premeditación. Porque las uniones fáciles, entre los cercanos y los amigos, permiten calcular e ir sobre lo seguro de lo ya conocido, mientras que las uniones impensadas, entre quienes nunca se han reconocido, entre quienes fueron viejos enemigos, son las que mejor responden a las crisis, porque crean y transforman, porque le ponen nombres nuevos a lo que antes no lo tenía.
Y fíjense bien. Si justamente necesitamos valores nuevos para oponerlos a esta moral ya conocida de la corrupción y la violencia, ¿qué tipo de unión necesitamos? La del milagro.
Pienso en Carlos Pellas, Roberto Zamora y Ramiro Ortiz: tres de los empresarios más ricos de Nicaragua que se han puesto en contra del gobierno de Daniel Ortega y han exigido negociaciones para darle salida a la crisis económica. Pienso en Lesther Alemán y Madeleine Caracas: dos líderes que han sido apresados por el régimen nicaragüense por representar a la Alianza Cívica, un movimiento que ha congregado estudiantes, campesinos, feministas, activistas, académicos y ambientalistas que buscan la salida de Ortega, así como recomponer la justicia y la democracia. Cada que los empresarios logran interlocución con el gobierno, dicen que no podrá haber negociación si en la mesa no está la Alianza Cívica de los estudiantes; cada que la Alianza Cívica logra lugares de vocería apoyan la iniciativa de los empresarios por buscar negociación. Unidos desde las distancias ante la corrupción y la violencia. Milagro.
Pienso en la Transición Española en 1976. Pienso en el rey Juan Carlos I, quien una vez murió Francisco Franco y una vez comprobó que el regente que había dejado el dictador no podría garantizar estabilidad, nombró como presidente a un falangista converso, Adolfo Suárez. Pienso en los socialdemócratas, democristianos, liberales, comunistas y otros falangistas conversos que tuvieron que sentarse a negociar con Suárez la nueva constitución y la reconstrucción de la democracia en España. Cuentan que en ese entonces, Santiago Carrillo, líder del Partido Comunista Español, calificó a Suárez de “antocomunista inteligente”. El reconocimiento del viejo enemigo, la unión, el milagro.
La historia muestra dos cosas: que en las crisis hasta los reclamos más disímiles pueden encontrarse; y que las soluciones a las crisis surgen más fácil de las palabras creadas entre todos que de las recetas de cada uno. Y cada que sucede, es un milagro. Solo hay que entender que los milagros surgen cuando se reconoce el momento de crisis para buscar las palabras que nos unen. Basta una palabra o una idea grande, amplia. Basta que muchos crean que sus significados caben en ella.
Si en Colombia vamos a unirnos contra la corrupción y la violencia es porque vamos encontrarnos hasta con los distintos y los viejos enemigos. Si vamos a unirnos contra la corrupción y la violencia es porque vamos a encontrar una agenda, una palabra o una idea en la que quepa la mayor cantidad de reclamos diferentes. Al final, las palabras solo serán la garantía de que vamos a seguir en desacuerdo en todo lo demás, pero esta vez sin hacer trampa y sin quitarnos la vida.
Si todavía cuesta la unión es porque no hay pleno reconocimiento de la crisis o no encontramos las palabras que nos enlazan. Aún no vemos la profundidad de la corrupción ni de la violencia, o seguimos con las palabras y los señalamientos que nos separan. Entonces buscamos una unión menor, para luchar por temas desarticulados, por reclamos más pequeños que los que requieren las soluciones a la corrupción y la violencia. Nos unimos para ganar elecciones, para proteger la competitividad, para cuidar la naturaleza, para construir otra forma de hacer política, para inventar una nueva estrategia de hacer empresa, para luchar por derechos humanos. Todas ideas valiosas, todas potentes en sus agendas y en sus propias metas, pero quizás insuficientes si insisten en no encontrarse.
Al final, otra vez sin unión, cuando la corrupción y la violencia nos recuerdan que ellas imperan, solo nos queda ponernos a salvo, aprender a vivir de la crisis, acomodarnos a ella, e incluso sacarle el provecho que podamos. Entonces los milagros dejan de existir.
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