Mientras las críticas contra el Gobierno Nacional parecen multiplicarse, en los pueblos y ciudades existe un desencanto más próximo y cotidiano que va dejando dolores del día tras día. Si algo debió quedar de las elecciones regionales del 27 de octubre, es la comprensión --o al menos la pregunta-- sobre ese desencanto local que viene creciendo en las regiones y que se tradujo en la elección de agendas de cambio.
Para este desencanto local, que seguro estará en las calles de Manizales por la movilización de este 21 de noviembre, debemos encontrar escenarios públicos de solidaridad y de empatía, para que el encuentro nos lleve a conversaciones de transformación y no a monólogos de violencia.
En Caldas y Manizales, los estudiantes de universidades públicas van de la amenaza de paro al paro, sin saber el futuro del semestre. Los papás de los estudiantes de colegios rurales han visto colegios en obra negra durante meses. Para todos siguen las preguntas sobre su futuro: sobre un empleo juvenil que no mejora, sobre una ciudad en la que se empeora en la contaminación de fuentes de agua, sobre una cultura local de consumo que no recicla y no reutiliza, sobre el alza de precios en vivienda que les va cerrando el acceso a una propia.
En Manizales, hasta 2018 tuvimos que sentir el aumento de los homicidios; esto sin contar con las 2 masacres en los últimos 2 años. En Caldas, en los 12 primeros días de noviembre ya llevábamos 14 asesinados; esto sin contar con la amenazas contra 102 líderes sociales, que no se investigan por la Fiscalía seccional y que tienden a ser desestimados por los entes de policía.
En Manizales se derrumbó la ladera que han estado moviendo para darle vida a otro de los puentes de la avenida Kevin Ángel. Se vino abajo, otra vez y otra vez, sin previsión, con un “quién se iba imaginar”. Entonces los manizaleños y manizaleñas vemos con dolor que es recurrente que se use esta falta de planeación y de diseño para tener que pagar, entre todos, más adiciones y prórrogas que terminan elevando el valor de las obras públicas de la ciudad entre un 15% y un 30%. Ya nos pasó lo mismo con el puente de La Autónoma y con el intercambiador de La Carola.
Manizales y Caldas ven los contratos directos que se toman las entidades públicas. Los contratistas --que suelen ser más que los funcionarios de planta-- deben aguantar toda clase de abusos para no perder la renovación de su contrato. En salud, hay contratistas que aguantan contratos ni siquiera a 6 meses. En cultura, aguantan la discreción del gobernante que reduce a su gusto el presupuesto de sus iniciativas culturales o aumenta a su arbitrio las obligaciones. Por su parte, los excontratistas viven el dolor de salir porque no votaron, porque no hicieron, porque no dieron; incluso algunas excontratistas viven la frustración de salir por no aceptar las invitaciones, las insinuaciones o el piropo del jefe.
Dolores e injusticias que pueden ser menos que en otros lugares, pero que igual animan la movilización en la ciudad. Es síntoma de que vivir en una región que tiene los primeros lugares de calidad de vida, no nos exime de que los lunares hagan crecer el desencanto. Mucho más si el paso del tiempo lo usamos para solo celebrar lo bueno, para hablar pasito cuando sabemos que algo anda mal, o para pedirles que esperen, que ya viene, que ya casi, a quienes sufren la peor parte.
En su ‘Carta abierta sobre la intolerancia’, Roberto Gargarella señala que respetar la libertad de expresión y de protesta no es solo mantenerse inactivo frente a una realidad en la que las diferentes voces no son iguales. Dice que respetar estas libertades “requiere, por el contrario, (...) acciones que faciliten el acceso a la escena pública de puntos de vista opuestos, acciones que rompan una inercia que castiga a quienes están peor por razones por completo ajenas a su responsabilidad”.
Una respuesta regional a esta movilización tendrá que ser la apertura de los escenarios públicos institucionales, que en la región son fuertes, así como la activación de escenarios públicos ciudadanos, que en la ciudad no son pocos. Y entonces sentarnos a conversar hasta con el diferente sin que el dolor se convierta en más violencia y con la promesa de convertir el desencanto en creación. El dolor no se convierte en esperanza sin que exista un espacio común para superar el duelo.
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