En ‘Memorial del convento’, José Saramago novela la historia del cura y científico Bartolomeu Lourenço de Gusmão, el padre Volador, quien construyó un aerostato en forma de pájaro, la Passarola, para el rey Juan V de Portugal. Dicen que el día que lo mostró al monarca, en 1709, logró apenas levantarlo 4 metros del suelo. Lo persiguió la Inquisición, después de que el cardenal de Lisboa advirtiera riesgos de incendio por el artefacto y, por eso mismo, sospechas de una alianza con el diablo. Todo indica que la persecución fue más por el temor a que el padre en realidad alcanzara el don de acortar distancias y ver el mundo desde arriba, como Dios.
Es curioso que hayamos escrito y leído tanto sobre el esfuerzo de hacer despegar aparatos, pero que hayamos escrito y leído tan poco sobre el esfuerzo de aterrizarlos. Aerocafé es una prueba actual de lo mismo, una historia mal contada y mal leída sobre aterrizar en una montaña. Y si se cuenta o se lee mal, se va perdiendo el sentido de seguir adelante, se deja de ver el valor del don de ver desde arriba y de acortar distancias.
Lo más evidente es la historia mal contada de fracasos. Vamos para 10 años metidos en el mismo capítulo, en el que conocimos unas denuncias y unos derrumbes que no se terminaron de contar por quienes debían. Desde entonces escribimos y leemos en círculos los mismos hechos, los únicos que conocimos. Eso los más informados, pues los que apenas tienen una idea de las cosas pueden despachar el cuento completo con una o dos palabras, “corrupción”, “elefante blanco”, ociocidad”, “embeleco”.
¿Se imaginan contados así los años de fracaso, irresponsabilidad y osadía de Lourenço de Gusmão? “Embeleco”, punto. “Ociocidad”, punto.
Lo reciente es una nota del noticiero CM&. Otra foto de estos últimos años. Contada en la sección del 1,2,3, que no es el lugar donde sus buenos reporteros y corresponsales pueden contar hechos nuevos. No, es el lugar de las notas breves, en el que hay licencia para seguir opinando y conectando sospechas sobre los hechos de siempre. Es el periodismo nacional también en círculos.
Contarlo mal ha sido el resultado de la impunidad. No solo porque el Estado no sancionó a los responsables sino porque no nos garantizó una novela completa sobre lo que pasó y no se debe repetir; me refiero a novela del “no-velar”, del quitar el velo, del “novella” italiano y del “nova” latino, que refieren a noticia, a nuevo. Pasan fiscales, procuradores y contralores dejando algún titular que se hace pasar por justicia. Y ocultan que la mayoría de esos procesos (y de esos titulares) ya prescribieron sin responsables, que han perdido el derecho de investigar y sancionar por demorarse tanto. Que no vengan ahora con más anuncios de investigaciones por los hechos viejos, son casi imposibles ya, son casi un engaño.
Tan mal contado el pasado, seguirá siendo difícil contar el futuro. Sobre todo porque los pasados mal relatados suelen hacer del futuro un chivo expiatorio. Para la desconfianza y la desazón del no saber, del no entender, siempre será fácil poner bajo sospecha a lo conocido, como los nuevos planes y estudios de Aerocafé. Es el costo de la impunidad. Por eso el derecho a la memoria y a la verdad no son temas menores al final de las guerras, porque permiten sanar. También hay que darle de eso a los conflictos del desarrollo y de la infraestructura.
De un lado, contar bien el futuro de Aerocafé no es solo pasar la página, también es hablar los fracasos del pasado, quizás ya no por vías judiciales pero sí que cuenten desde las instituciones y la ciudadanía. Reparar, garantizar cómo no se repetirá. Decir qué tanto hemos errado pero también qué tanto hemos aprendido en una novela mejor contada sobre aterrizar en una montaña. De otro lado, queda la oportunidad para que quienes lo leen desde la desconfianza y el escepticismo puedan decidir si lo hacen desde un duelo sin resolver ante fracasos indiscutibles, o desde una crítica reparada y fortalecida por un buen relato de los mismos.
Y que al final la decisión de los caldenses, de ver mejor desde arriba y acortar más distancias, vuelva a ser discutido por su valor material e inmaterial, y no solo por lo mal que hemos contado lo hecho y lo deshecho.
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