No se me olvida el cinismo con el que Santrich respondió a la pregunta de si las Farc estaban dispuestas a pedirle perdón a las víctimas del conflicto armado que por 60 años ininterrumpidos protagonizaron, cantando y abrazado a Iván Márquez cantó el coro del famoso bolero “Quizás”, que adquirió para mí un nuevo sentido; el del cinismo. Todos hemos sido espectadores de la telenovela que se armó en torno a este personaje, cínico en todo el sentido de la palabra; espero que los que no lo quisieron extraditar ahora se estén rasgando las vestiduras, así no lo admitan públicamente. Nos tuvimos que tragar el sapo todos los colombianos al verlo tomar posesión como congresista después de haber estado en la cárcel con cargos de narcotráfico. Por supuesto que se iba a volar, o ¿es que se imaginaron otra cosa? Que burla para el país, ahora lo vemos aparecer con su vestimenta de guerrillero, lanzando arengas que sus compañeros le responden en coro.
Respecto a Iván Márquez es difícil rebatir los argumentos de los que dicen que nunca creyó en el proceso de Paz, me cuesta creer que una persona que dedicó cuatro años de su vida a las negociaciones y a redactar un acuerdo no haya creído en él. Pero sus acciones le dan validez a sus detractores. Finalmente nunca se quiso posesionar como senador, aunque una de las principales exigencias de las Farc para volver a la vida civil era tener representación en el congreso. Si nunca ocupó el escaño que le entregaron es porque en realidad no cree en una salida política para los problemas del país, pues era desde su curul desde donde debería haber hecho la defensa de sus ideas y con sus propuestas buscar esa protección y ese bienestar para las clases menos favorecidas, que ahora le sirve de argumento para volver a la lucha armada.
Escuchando el discurso que leyó Iván Márquez sentí mucha tristeza, pues la matanza de líderes sociales, de ex-guerrilleros y la corrupción que permea al país, sirven de parapeto para que estos personajes opten por la guerra. Es cierto que Paz no hemos tenido con la firma de los acuerdos, pero sí un respiro de tantas atrocidades cometidas por este grupo guerrillero, aunque sus disidentes, las bacrim, los narcos, etc., etc., no nos dejan olvidar en qué país vivimos. Una de las cosas que más me indignó fue ver la imagen de Simón Bolívar al lado de la de Tirofijo en el telón de fondo desde donde hablaron los guerrilleros, como si estos dos personajes de la historia se pudieran equiparar.
Tristes son las guerras si no es amor la empresa, tristes, tristes. Tristes son las armas si no son las palabras. Tristes, tristes. Este poema de Miguel Hernández no me lo puedo sacar de la cabeza, este es el sentimiento que me embarga hoy; tristeza por mi país, por el futuro de los niños que van a pelear esta nueva guerra, tristeza por las víctimas que vendrán. Con tanta pobreza y desesperanza que acorrala a muchos inmigrantes, cuántos de ellos no irán a terminar envueltos en un conflicto que no es el suyo, por la promesa de un futuro mejor o por huir de la miseria en su propio país.
Me preocupa esa alianza para el mal que se está tejiendo entre el Eln y las nuevas Farc, en complicidad con la “maravilla” de vecino que tenemos; “ojalá pase algo que te borre de pronto” me encantaría cantarle ¡cómo descansaría Latinoamérica! Pero el destino hay que vivirlo, ni para qué tratar de huir de él, si no nos hemos hecho correspondientes con otra realidad, pues a vivir la que nos toca con los Maduros, los Uribes, los Paisas, los Romañas y todos los demás actores que tiene esta guerra.
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