Hoy jueves 18 de junio, día en el que escribo este artículo, se despidió Mariana de su último año de primaria. Ha sido un tiempo de mucha nostalgia, pues la vida como la conocíamos se interrumpió de una manera abrupta. Con el anuncio del inicio de la cuarentena y el encierro permanente para los niños, tomé la decisión de venirme para el campo. Empacamos apenas lo necesario, el mercado y poca ropa, pensando que pronto regresaríamos a nuestra casa, ya llevamos tres meses por fuera de Manizales y no creo que regresemos pronto.
Nunca me imaginé que mi hija tuviera que terminar su año escolar lejos del colegio y que no pudiera volver a reunirse con sus compañeros de grado, tampoco que la educación en casa se prolongaría por tanto tiempo, pues ya nos avisaron que el próximo año escolar va a ser igual, al menos hasta diciembre, en enero aún no se sabe qué va a pasar.
Siento tristeza por todo lo que se están perdiendo estos niños, no por el conocimiento, pues está demostrado que ese también se adquiere a través de una pantalla, pero todos los momentos que no pudieron, ni van a poder compartir con sus amigos en el futuro cercano son una deuda inmensa para esta generación de niños encerrados por la pandemia. Es que lo que se comparte en un recreo, en una convivencia, a la hora de llegada o salida del colegio no aparece en los planes de estudio pero es tan importante o más que todo lo académico. El ser humano se construye a través de la convivencia, allí es donde afianza sus valores, aprende a sentir compasión cuando ve llorar a un compañero y trata de consolarlo o pone en práctica el servicio cuando le ayuda a otro niño a entender un tema difícil; da y recibe cariño y construye amistades para el resto de su vida. Son muchas cosas que a través de las pantallas simplemente no se pueden hacer.
El colegio nos permitió ver la transmisión de la izada de bandera de los estudiantes de grado once, fue muy bonita y creativa. Lo que más resaltaron los alumnos fue todo lo compartido durante los años juntos; las fotos de las fiestas del colegio, los encuentros con Cristo, las pilatunas de algunos, en fin, esos momentos que hacen que la vida valga el reto de ser vivida. Para los que terminan su bachillerato este año, imagino que es muy duro pensar en todo lo que se perdieron; yo recuerdo ese tiempo de mi vida con especial cariño, pues sin lugar a dudas es una fiesta que se prolonga todo el año, llena de actividades; despedidas, celebraciones y el añorado viaje de excursión, hasta la presentación del temido examen del Icfes, que mis amigas y yo celebramos con un paseo a una finca, deja un recuerdo imborrable.
El tiempo nos dirá si este vacío que se está creando en la vida de nuestros hijos podrá ser subsanado de alguna manera; si el daño que se está produciendo es permanente o será apenas una pequeña cicatriz que el paso del tiempo irá borrando. Presiento que no, pero ojalá me equivoque.
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