La mirada transforma, eso lo saben los bebés y los niños, para quienes el lenguaje no verbal es más importante que las palabras. Cuando un bebé busca la mirada de su madre y ella está distraída mirando su celular se crea un vacío pues, aunque la mujer lo esté abrazando, se pierde esa comunicación que se establece a través de la mirada.
Este tema lo trata el español Alex Rovira en la interesante conferencia “Tu mirada puede transformar a las personas” en la que argumenta que la mirada condiciona la calidad del vínculo con el otro, también su posibilidad de transformación. La frase que sintetiza esta idea es “Trata a un ser humano como es y seguirá siendo así, pero trátalo como puede llegar a ser y se convertirá en lo que esté llamado a ser”.
Este concepto es especialmente importante en la relación entre padres e hijos y entre los profesores y sus alumnos, pues una descalificación, una crítica contundente o una etiqueta que se le pone a un niño lo puede afectar para el resto de su vida, de igual manera la confianza y el creer en el potencial que tienen estos pequeños grandes seres es lo que los impulsa hacia un futuro mejor.
El autor equipara el valor de la mirada apreciativa con el efecto Pigmalión, que en psicología y pedagogía se refiere a la potencial influencia que ejercen las expectativas y creencias de una persona en el rendimiento de otra. Basado en el mito griego de Pigmalión, un rey que al buscar una esposa perfecta y no encontrarla decidió hacer esculturas y se enamoró de una de ellas, Galatea. Era tanta su devoción por aquella imagen perfecta, que la Diosa Afrodita se compadeció de él y decidió darle vida a la estatua y así Pigmalión por fin consiguió su mujer ideal. Lo que resalta el mito es lo mismo que ahora plantea la física cuántica; cómo la mirada del observador transforma lo observado. Pero el efecto Pigmalión también tiene su lado oscuro, porque si las expectativas son negativas tienen igual potencial para cumplirse. Por eso cuidado padres con etiquetar a sus hijos como “desordenado, indisciplinado, insoportable, etc.” porque eso es exactamente lo que van a crear en ese ser.
Al hijo hay que transmitirle el mensaje de que creemos en él; “eres extraordinario, puedes hacerlo, cuenta conmigo”, para ello los padres debemos afianzarnos en el amor, que el conferencista describe como “la voluntad de comprender la singularidad del ser y sus circunstancias”. Amar es cuidar, es inspirar, es comprender. El amor sin actos que lo respalden se queda en un simple discurso, una palabra bonita que ahora se usa a la ligera. El verdadero amor ejemplifica la coherencia entre lo que se dice y lo que se hace.
Por último Rovira aconseja que debemos escuchar más a los hijos, a veces los padres creemos que nos las sabemos todas y no apreciamos el punto de vista de los más pequeños, el consabido sermón que recibimos y que ahora caemos en el error de dar, cuando la formación humana moderna nos invita a escuchar al otro. Claro que el silencio también debe ser respetado; “a los hijos hay que darles permiso de guardar silencio, permiso de hablar, permiso llorar, permiso de enojarse…” para resumir, a los hijos y a quienes nos rodean hay que darles el permiso de Ser y ponernos el reto de comenzar a cultivar nuestra mirada apreciativa.
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