Esta no pretende ser una biografía del Santo Padre; de esas se publicarán miles en estos días en nuestro país, lo que quiero expresar en estas líneas es el significado que tiene para mí su venida a Colombia.
Me acuerdo como si fuera ayer de ese día de marzo de 2013 cuando en Roma se pronunció la tan esperada frase “habemus Papam” y fue leído un nombre en latín, que no parecía tan ajeno, para luego confirmar que el cardenal argentino Jorge Mario Bergoglio era el nuevo pontífice. Yo, como muchas otras personas en el mundo seguramente lo hicieron, me puse a llorar; la emoción de saber elegido a un papa latinoamericano, que hablara nuestro idioma, fue muy grande pues lo sentí cercano a mi corazón. Cercanía que después ratifiqué al oírlo pronunciar sus primeras palabras, con tanta sencillez, pero de una manera tan cálida, que llegaba a lo más profundo del alma, con ese gesto sorpresivo, pidiendo que nosotros, sus feligreses, oráramos por él e hizo un pequeño silencio para que cada uno de los que estaban allí presentes o los que estábamos viendo la transmisión, por televisión o por algún otro medio, eleváramos una plegaria por él. Qué hermoso acto de humanidad de un hombre santo.
Poco a poco la prensa nos fue dando a conocer quién era ese cardenal, hasta ahora desconocido para la mayoría de la gente, que ni siquiera figuraba en la lista de los papables, como le llaman los expertos a los candidatos con mejores opciones para ocupar el trono de San Pedro. Y entre más conocía acerca de Jorge Mario Bergoglio, más crecía mi admiración y cariño hacia él. El primer papa jesuita representa lo mejor de esta comunidad, educadora por excelencia, quien le dio toda su formación intelectual y teológica, incluyendo un doctorado de la misma universidad donde siglos antes había estudiado San Ignacio de Loyola, el fundador de la orden, pero al elegir el nombre de Francisco quiso encarnar las mejores cualidades de San Francisco de Asís; humildad, sencillez, amor hacia los pobres, dando ejemplo él mismo de su voto de pobreza, pues así como cuando era sacerdote, obispo y cardenal prefería andar en transporte público por las calles de Buenos Aires, ahora como pontífice ha mostrado humildad en el más alto cargo de la iglesia y cercanía a la gente, como cuando los sorprende con una visita inesperada para darles un saludo de Navidad en sus propias casas, o cuando celebra con los habitantes de la calle su cumpleaños o dándole refugio a víctimas del conflicto de Siria en el propio Vaticano. Todos estos gestos han permitido que el pueblo católico lo sienta cada vez más cerca de su vida y de su corazón.
En Argentina se caracterizó por su valentía al denunciar a los “caínes modernos”, así llamaba públicamente a los traficantes de drogas, a los que promueven la esclavitud sexual y laboral, la trata de personas, entre muchos otros delitos que se atrevió a poner en evidencia en sus intervenciones públicas. Tampoco duda en hablarle a los jóvenes de tú a tú, usando un lenguaje fresco, a veces lleno de metáforas futbolísticas, para que le entiendan más fácilmente. Su presencia en las redes sociales también ha marcado un hito, pues gracias a ellas tenemos la oportunidad de escuchar sus palabras y de verlo, cuando envía una bendición, como si estuviéramos ahí, con él. Como papa lo hemos visto recorrer el mundo, llevando un mensaje de paz y de reconciliación a los diferentes lugares de este planeta, que tanto lo necesitan.
Por eso viene a Colombia, pues nosotros necesitamos ese mensaje de paz y de reconciliación, pues las raíces del odio están muy enterradas en las entrañas de esta amada tierra; somos hermanos, pero insistimos en marcar las diferencias en vez de encontrar puntos en común que nos permitan vivir en paz. Algunos de nuestros políticos y dirigentes se dejan cegar por la ambición y por eso estamos plagados de escándalos de corrupción. Un vicario de la arquidiócesis de esta ciudad reparte maldiciones a los magistrados que dictan sentencia para reparar a las víctimas de abuso sexual, como si los miembros de la iglesia no estuvieran llamados a dar ejemplo de justicia y reparación… Creo que el Santo Padre estaría de acuerdo conmigo. Sí que necesitamos que él venga a bendecir a nuestro país con su presencia, para que los colombianos nos unamos en oración y permitamos que Dios entre en nuestros corazones a través del mensaje que nos trae el papa Francisco.
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