Extraños tiempos los que estamos viviendo, el mundo está paralizado por una amenaza invisible; un pequeño virus nos confinó en nuestras casas, nos alejó de nuestros padres, nos encerró con nuestros hijos.
La fortaleza está siendo probada en todo sentido, lo que llamábamos libertad ya no es posible: una ida al parque, al cine, una pasada rápida por el supermercado para comprar cualquier cosa que nos hacía falta, un café con las amigas, una cena con alguien especial en el restaurante favorito o el simple placer de contemplar el atardecer desde alguno de los miradores que tiene la ciudad. Ni siquiera nuestra fe la podemos expresar; ir a Misa ya no es posible, los muertos se entierran en soledad, los matrimonios se aplazan para cuando se pueda celebrar y volver a estar en familia y en comunidad.
Ya que el mundo de afuera se nos cierra, la vida nos da la oportunidad de reencontrarnos de otra manera; cuántos padres y madres habían olvidado lo que es convivir con sus hijos sin que medie la rutina del colegio o un tercero responsable, que es quien realmente comparte con ellos, o tantas parejas que habían reducido la convivencia a compartir su cansancio en las noches, después de largas jornadas de trabajo, así que esta es la oportunidad para reconocerse los unos a los otros. Pero hay un reencuentro aún más importante, es el encuentro con una dimensión espiritual, pues la fe y Dios como lo conocemos no funcionan; la fe de las iglesias se quedó afuera, como todo lo demás, el reto ahora es el encuentro con Dios en nuestro corazón ¿De qué manera? Aprovechemos este tiempo de clausura para orar y, a los que nos gusta meditar, meditemos, qué mejor manera de ocupar nuestro tiempo que emprender o continuar esa búsqueda, pues sin dudarlo, Dios habita en cada uno de nosotros. De eso dan fe los místicos, que han logrado esa profunda comunión con nuestro creador, como lo expresaba Santa Teresa en sus poemas: “Porque tú eres mi aposento, eres mi casa y morada, y así llamo en cualquier tiempo, si hallo en tu pensamiento estar la puerta cerrada” y el más reconocido poema de esta Santa: “Nada te turbe, nada te espante; Todo se pasa; Dios no se muda; la paciencia todo lo alcanza. Quien a Dios tiene, nada le falta, Sólo Dios basta”.
Este virus nos ha hecho reflexionar, nos ha enfrentado con la fragilidad, con nuestra vulnerabilidad como raza humana, es momento de ser más respetuosos con el planeta, con nuestros hermanos menores; animales y plantas, de cuidar mejor los recursos que, de manera generosa, la madre tierra nos ofrece, porque fenómenos como éste se pueden leer como un llamado de la naturaleza a ponernos límites que no hemos querido respetar, pues nos ha faltado autoconciencia y auto regulación, quiero ser optimista y pensar que esta experiencia nos va a hacer mejores, lo espero de corazón.
La mejor lectura que podemos hacer de esta situación es verla como un aprendizaje; no es la primera vez que nos enfrentamos a una plaga, pero sí es la primera vez que la afrontamos como orbe y en simultánea, gracias a los medios de comunicación. Hay un poema que nos llena de esperanza, es de Kitty O´Meare, una norteamericana, quien lo publicó en su blog y se ha esparcido por el mundo como leyenda urbana, diciendo que fue escrito en 1800, la época en que la temida peste azotó al mundo, acá se los comparto: “Y la gente se quedó en casa. Y leyó libros y escuchó. Y descansó y se ejercitó. E hizo arte y jugó. Y aprendió nuevas formas de ser. Y se detuvo. Y escuchó más profundamente. Alguno meditaba. Alguno rezaba. Alguno bailaba. Alguno se encontró con su propia sombra. Y la gente empezó a pensar de manera diferente. Y la gente se curó. Y en ausencia de personas que viven de manera ignorante. Peligrosos. Sin sentido y sin corazón. Incluso la tierra comenzó a sanar. Y cuando el peligro terminó. Y la gente se encontró de nuevo. Lloraron por los muertos. Y tomaron nuevas decisiones. Y soñaron nuevas visiones. Y crearon nuevas formas de vida. Y sanaron la tierra completamente. Tal y como ellos fueron curados”. Una vez más la poesía nos rescata porque expresa la voz de Dios.
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