Yo estaba en Barcelona y, aprovechando las grandes facilidades que ofrecen los trenes en Europa hice el viaje de ida y vuelta en un solo día. El buen clima me acompañó. Llegué a la estación de Sète y me dirigí al centro de la ciudad. Pasé el puente giratorio y comencé a preguntar por la casa donde nació Paul Valéry. No me daban razón. Entré a una papelería y con sorpresa escuché de labios del que atendía detrás del mostrador: “Aquí, aquí señor; aquí estuvo la casa de Valéry que fue destruida durante la guerra.” No había ninguna placa. Aproveché para preguntarle por el cementerio. Estaba cerrado. Era lunes. Ese día están cerradas las oficinas públicas en Francia. Pero yo no podía perder mi viaje, un viaje tan ansiosamente esperado. El guarda del cementerio vivía al lado. Le expliqué el motivo, la urgencia de mi viaje. “Mire, señor, le dije, vengo desde el otro lado del mar y solamente tengo este día, esta visita es muy importante para mí.” A pesar de que los funcionarios públicos en esos países no son especialmente atentos, me abrió el cementerio. Le pregunté dónde quedaba la tumba de Valéry y me dijo: “Búsquela.” Bueno… pero, lo importante ya lo había logrado.
No tardé mucho en encontrarla y frente a ella y mirando el Mediterráneo saqué la copia del poema que yo llevaba y lo leí emocionado: “Ce toit tranquille où marchent les colombes…” Así comienza el que para muchos franceses es el más bello poema de la literatura universal. “Este techo tranquilo por el que caminan las palomas…”. Es interesante recordar aquí, a propósito del poema lo que se comenta de los franceses, que para ellos, chauvinistas, sus cosas son lo mejor del mundo. La actriz más bella Brigitte Bardot; el actor, Alain Delon; la ciudad, París; el himno nacional, La Marsellesa; el idioma, el francés, etc.
Volvamos a nuestra quería Hungría y a un cementerio que no he visitado. Hay uno que no lo es porque allí no están enterrados, y es el llamado Parque de las Estatuas, donde los húngaros han reunido las estatuas de los comunistas que estaban esparcidas por la ciudad. Obviamente son parte de la historia pero no propiamente del clamor y del entusiasmo y devoción popular. Recordemos que Hungría en la Segunda Guerra Mundial se alineó al lado de las potencias del Eje, llamado también el Eje Roma-Berlín-Tokio y del que formaron parte Alemania, Italia y sus colonias, Japón, Hungría, Rumania, Finlandia y Tailandia y que vencida Alemania, Hungría cayó bajo la dictadura de Rusia. A pesar de haberse alineado con Alemania, Hungría sufrió los horrores de los nazis con la persecución a los judíos. La comunidad judía de Hungría era la más numerosa de Europa y formaban parte de ella numerosos intelectuales y artistas. Ya hemos dicho cómo fueron torturados y enviados a los campos de exterminio.
En el Parque de la Estatuas dos gigantes llaman la atención y son las de Marx y de Engels, en estilo cubista, la de Stalin de casi 10 metros de altura y la de Bela Kun. Este personaje fundó en 1918 el partido comunista húngaro y fue presidente efímero del país en 1919.
Quiero en este momento volver a la Plaza de La Libertad, contigua al Parlamento. Allí se encuentra el monumento a los judíos sacrificados. Lo preside un arcángel que tiene encima un águila, símbolo del nazismo y a pocos metros se encuentra el monumento que los comunistas levantaron a sus muertos en Hungría. Y ambos monumentos se encuentran en la llamada Plaza de la Libertad. Muchos critican esta doble circunstancia.
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