El emperador beato Carlos tuvo por esposa a Zita de Borbón y Parma. Su nombre completo (¡prepárense los lectores!) es: Zita Marie delle Grazie Adelgonda Micaela Raffaela Gabriela Giuseppina Antonia Luisa Agnese de Borbone e Braganza. Algunas fuentes históricas cambian ligeramente los nombres de esta lista. Nació en 1892 y murió en 1989, lo que quiere decir que sobrevivió a su esposo por 67 años, al morir casi centenaria. Su padre, Roberto I de Parma, tuvo 17 hijos y ella nueve, todos con título de archiduque y archiduquesa. En las cortes europeas a los hijos de los reyes los llaman príncipes, en la corte de Austria-Hungría el titulo era de archiduques.
De los descendientes de Zita quedan hoy vivos varios de sus nietos. Su hijo mayor, Otto de Austria, fue el encargado de llevar la sucesión. Estuvo casado con Regina de Sajonia-Hildburghausen y Meiningen. Otto murió en 2011 el mismo año que su hermano el archiduque Félix de Austria y fueron los últimos hijos de Zita en dejar este mundo.
De mis constantes lecturas de toda mi vida tengo el recuerdo de haber leído varias veces el nombre de la emperatriz Zita, presente en muchos acontecimientos de la vida política y social. Al morir su esposo fue recibida por Alfonso XIII en España y vivió un tiempo en el palacio de El Pardo y luego en Lequeitio, bello pueblo de la costa vasca. Finalmente se residenció en Suiza donde murió en Zizers. Algunos periodistas la llamaban la emperatriz de negro porque guardó toda la vida luto por su esposo. El gobierno austríaco autorizó que fuera enterrada en la cripta de los capuchinos en Viena.
Mi último comentario sobre Viena se refiere a sus famosos cafés. Tan famosos fueron y algunos todavía lo son, que la Unesco los ha incluido en la lista de los Patrimonios Culturales de la Humanidad. En la época del imperio austro-húngaro de Francisco José los cafés fueron el centro de la vida cultural, política y social de Viena. Lo mismo ocurría en otras ciudades del imperio, como en Budapest y en general en todas las capitales europeas en el siglo XIX.
El más famoso de Viena es el Café Central, “vivo” todavía y para entrar al cual es preciso hacer muchas veces cola y esperar pacientemente como me ocurrió a mí.
Se inauguró en 1860 y para situarlo en la gran escena europea, digamos que ello ocurrió 10 años antes que la famosa guerra franco-prusiana de Otto von Bismarck.
Como otros cafés importantes de Viena de esa época el Café Central fue el lugar de encuentro y mentidero de famosos personajes que se reunían para tomar café, degustar los famosos pasteles Sacher, charlar, armar complots y jugar ajedrez. Uno de sus huéspedes habituales fue Leo Davidovich Bronstein, alias Trotsky, que allí pasaba largas horas jugando ajedrez. Otros contertulios fueron: Peter Altenberg, Hugo von Hofmannstal, Adolf Loos (el que odiaba los adornos en arquitectura), Alfred Adler, y Sigmond Freud. Parece ser que luego del Anschluss, con el cual Hitler anexionó Austria a Alemania, el Führer también frecuentó el Café Central. Y se habla de otro personaje, de signo político muy contrario a Hitler, el mariscal Joseph Broz Tito, que también visitaba el famoso Café. A propósito, en un pueblo minero del páramo de Santurbán, Santander, conocí hace unos años a una sobrina nieta de Tito. El padre de la muchacha vino a explotar oro en el pueblo de Vetas.
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