Dos destinos de suprema belleza ofrece el departamento del Guainía: los Cerros de Mavicure y el Raudal Alto de Caño Mina. La fotografía de los Cerros aparece en muchos lugares del país, en propagandas de turismo y en libros. Y la foto del Raudal Alto de Caño Mina es la foto de portada de mi libro “Colombia Secrata” (Unseen Colombia, en su versión inglesa), que ha sido el libro de lujo de mayor venta en Colombia.
En medio de la planicie infinita de la selva se levantan tres gigantescos espaldares rocosos, los Cerros de Mavicure. Yo los visité por primera vez en 1977 y en numerosas crónicas de prensa escribí mal la palabra. Escribí Mavecuri y lo correcto es Mavicure. En este viaje varias personas me recordaron que por culpa mía en muchas publicaciones aparece mal escrita la palabra. Remontando el río desde Puerto Inírida se llega a los Cerros, ubicados a 50 kilómetros. Su aparición sobre la cortina vegetal de las márgenes del río provoca gritos de emoción en los viajeros. Y no es para menos. Es una estampa de increíble belleza. Dos se encuentran a un lado del río y el otro al frente. El más alto se llama Pajarito, su vecino el Mono y el del frente Mavicure. A la cima de este se puede subir con ayuda de algunas escaleras en su parte final y la vista desde su cumbre es fantástica: los dos cerros al frente, el río a los pies se alarga como una serpiente por la planicie y alrededor el tapiz de la selva hasta donde se pierde la vista.
Cuántas veces (perdí la cuenta) levanté mi carpa en el Cerro Mavicure y por las noches oía los ruidos y susurros de la selva que subían hasta mí. Sentado sobre la altiva roca recordaba al poeta: “Siéntate al sol, abdica y sé rey de ti mismo”. Hoy no dejan acampar en la cima del Cerro. A la entrada de los Cerros se encuentra el poblado puinave de El Remanso y a la salida El Venado. Los pobladores de este último pueblo son particularmente acogedores.
La tercera comunidad indígena cuya visita recomiendo es la de Sabanitas, ubicada también en las goteras de Puerto Inírida, a 4 kilómetros. La baña Caño Sabanitas llamado también Caño Coco. Es un riachuelo de aguas rojo-anaranjadas. Los indígenas son muy acogedores. Su capitán, Freddy Yavinape, magnífica persona, nos acompañó todo el tiempo. El poblado es limpio y espacioso. Los indígenas son Kurripacos, palabra que significa “no sé hablar”. Su territorio original es amplio y abarca los ríos Orinoco, Isana, Guainía, Atabapo e Inírida. Su religión es mayormente evangélica, debido a la predicación de la misionera germano-norteamericana, Sophia Müller, que vivió mucho tiempo en esta región y que apartó a los pobladores de la religión católica y les enseñó la evangélica.
Los Kurripacos nos hicieron el regalo de algunas de sus danzas. Bailaron indígenas adultos de ambos sexos y un niño, dirigidos por Darwin Acosta. Fue un espectáculo maravilloso. Ofrecen a los turistas artesanías y su gastronomía: ajicero, que es un caldo de pescado con ají, acompañado de mañoco que es harina de yuca brava y con el plato reina: pescado moqueado. Camilo Puente fue nuestro contacto con los Kurripacos.
Fredy nos acompañó por un bellísimo camino de selva a ver una serie de petroglifos perdidos entre la maleza, y grabados en piedra granítica. Una roca es muy especial, en ella se sienta a meditar Kuwai, el dios malo de la cosmogonía Kurripaca. La visita a las comunidades de Concordia, Platanillal y Sabanitas constituye un hermoso recuerdo en mi vida peregrina.
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