Vengo haciendo una serie sobre los Llanos Orientales. La interrumpí para hablar de la vida en España bajo el régimen de Franco y ahora introduzco una columna sobre Efraím Osorio, nuestro filólogo de cabecera.
En publicaciones anteriores se nos había revelado como un acucioso hispanista y ahora con sus dos nuevas obras lo descubrimos como un consumado y admirable hispanista. La primera se titula: “La sabiduría de don Miguel Cervantes Saavedra”. Leyendo el libro se descubre no solo la inagotable sabiduría del Manco de Lepanto sino la sabiduría de Efraím. La otra obra es: “El pensamiento de Lope de Vega”.
En ambas obras Efraim desmenuza como hábil y curioso cirujano los dichos, los refranes, los versos, los pensamientos de los dos monstruos de la literatura y los traduce al lenguaje de hoy y a su propia experiencia como escritor y humanista. Leyendo a Efraim se aprende y se goza. Se aprende porque el autor introduce al lector en los vericuetos del idioma de aquella época y porque en los clásicos del castellano que Efraim examina hay sabiduría popular, picardía y gracejo.
No, no ha sido la vida de Efraim como la trajinada de Lope de Vega, tal como nos la resume magistralmente Carlos Enrique Ruiz en el prólogo del libro. Pero sí han sido muchas las experiencias vitales que han enriquecido la vida de Efraim en Santa Rosa de Cabal, su tierra natal, en Bogotá, en Estados Unidos y ahora en Manizales, ciudad desde donde todos los martes vuelca su profundo saber idiomático en una columna de LA PATRIA, en la que corrige y nos enseña a los periodistas a no maltratar el idioma. Sobra decir que para mí es un deber profesional leer su columna semanal.
Gracias a Efraim nos acercamos un poco al alma del portento de las letras españolas, Lope de Vega, considerado el máximo poeta de la lengua castellana. “En horas veinticuatro pasaban de las musas al teatro”, decía Lope refiriéndose al tiempo que necesitaba para componer una obra de teatro; cuentan que dictaba a varias personas a la vez, a uno una poesía, a otro una comedia, a otro una novela…Y como Ovidio, debía hacer un esfuerzo para hablar en prosa. Decía Ovidio: “Quid tentabam dicere versus erat”. Lo que intentaba decir me salía en verso.
Leyendo los sesudos comentarios de Efraim sobre Lope de Vega vienen a mi memoria los sonetos magistrales del “Fénix de los ingenios españoles”, uno religioso y otro más mundano, que aprendimos hace muchos años. “Que tengo yo que mi amistad procuras, qué interés se te sigue, Jesús mío, que a mis puertas cubiertas de rocío, pasas las noches del invierno oscuras”. Es la primera estrofa del soneto. Así le dice a Jesús que llama infructuosamente a las puertas del alma. Y termina con esta estrofa, que es el segundo terceto: “Y cuántas, hermosura soberana, mañana le abriremos respondía, para lo mismo responder mañana”. Bellísima conclusión. Y el otro, es la súplica dolorida para que le devuelvan a su hija. Esta es la primera estrofa: “Suelta mi manso mayoral extraño, pues otra tienes tú de igual decoro, suelta la prenda que en el alma adoro, perdida por tu bien y por mi daño”. Y termina con este terceto magistral: “Si piensas que no soy su dueño, Alcino, suelta y verasle si a mi choza viene, que aún tienen sal las manos de su dueño”.
Y gracias también a Efraim nos acercamos al espíritu creador del mayor novelista de nuestra lengua, Miguel de Cervantes Saavedra. Efraim es un “manjar” para exquisitos paladares intelectuales.
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