Terminemos esta emotiva visita a Viena, la capital de Europa en la segunda mitad del siglo XIX y el primer cuarto del siglo XX hasta la Primera Guerra Mundial. Dijimos que esta preponderancia de Viena se debe a haber sido la capital del imperio austro-húngaro. Y terminemos con dos historias, la del Beato Emperador Carlos y la de los cafés de Viena. Recordemos que el emperador Francisco José, el del famoso mostacho, el esposo de la encantadora Sisi, se quedó sin descendientes directos para gobernar el imperio austro-húngaro. Su hijo Rodolfo se envenenó junto con su amante María Vétsera. Su matrimonio con Estefanía de Bélgica no funcionaba. Pero no fue suicidio, se habla de un asesinato y ocurrió en el pabellón de caza de Mayerling en 1889 y por eso a los suicidas se los llama Los amantes de Mayerling. Profundamente entristecido el emperador por la muerte de su hijo y sucesor ordenó demoler el palacio y convertirlo en un convento de monjas con el encargo de que rezaran por el alma de su hijo.
Sin hijo, sería el sobrino Francisco Fernando el sucesor en el trono, pero también él falleció de muerte violenta el 28 se junio de 1914, asesinato que fue el chispazo que desencadenó la Primera Guerra Mundial en Sarajevo. Entonces Karl (Carlos), nieto del viejo Francisco José, fue designado como el sucesor en el trono de Austria-Hungría. Fue coronado como Carlos I de Austria, IV de Hungría y III de Bohemia, amén de una larga lista de títulos. El emperador Francisco José murió en 1916, en plena Guerra Mundial. Carlos solamente gobernó tres años, hasta 1919, año en el que fue abolida la monarquía y proclamada la república.
El emperador-rey Karl tuvo como preocupación principal terminar la guerra y por ello fue llamado “el emperador de la paz”. Profundamente católico practicante terminó con los lujos de la corte para poder así dedicar mayor atención a los pobres. Fue de esta manera ejemplo de virtudes cristianas. Fue, sin embargo, profundamente incomprendido y calumniado. Su abdicación dio al traste con la dinastía de los Habsburgos que reinó en Europa central desde 1438 cuando Carlos Alberto II ascendió al trono del Sacro Imperio Romano Germánico cuyo período de máximo esplendor ocurrió en el siglo XVI, durante el reinado de Carlos V (1519 y 1556.). Fue el Carlos V de nuestra época de la conquista, y padre de Felipe II, reyes que llevaron al imperio español a su máximo apogeo, a costa de las colonias americanas, por supuesto.
El emperador Carlos I de Austria, del que venimos hablando, debió salir exiliado de Austria y encontró apoyo en el rey Alfonso XIII de España y fue a morir en Funchal, ciudad de la lejana isla portuguesa de Madeira en 1922. Allí está enterrado en la iglesia de Nossa Senhora de Monte. Su corazón, como los de todos los Habsburgos, reposa en la cripta de los capuchinos en Viena, como ya hemos dicho en otro artículo. El papa Juan Pablo II beatificó al emperador Carlos en 2004 y así figura en el santoral católico con el nombre de Beato Carlos de Austria-Hungría. De esta manera este rey santo nos traslada a épocas lejanas cuando varios reyes ejemplares fueron canonizados por la Iglesia católica. De reyes modernos y de sus hijos príncipes no podríamos decir lo mismo.
El pueblo de Funchal no es famoso ni conocido hoy por haber muerto allí este rey santo sino porque otro ciudadano del mundo nació allí y no es propiamente un ejemplo de humildad; se trata del futbolista Cristiano Ronaldo. ¡Cosas de la vida!
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