Mi última experiencia significativa fue en la Amazonia colombiana. Hace un mes viajé al Guaviare con el propósito de entregar filtros potabilizadores de agua a cien familias indígenas de esta región. El viaje requirió la financiación de 26 millones de pesos en donaciones y recursos en especie, cuarenta horas por carretera, ocho horas por río y dos horas a pie para llegar a las comunidades. Por ejemplo, transportar en un pequeño bote cien baldes, filtros, comida y a todo el personal del proyecto, tuvimos que pasar la noche en Mapiripán, Meta (municipio recordado por la masacre de 1997), estar en contacto con diferentes dialectos, con un tipo de gobernanza diferente, y conocer la extensa selva amazónica con su humedad y calor.
No estábamos preparados para lo que encontraríamos allí: niños enfermos de parásitos y diarrea por el consumo de agua en mal estado, comunidades indígenas resentidas con el Gobierno, segregadas y aisladas, y un departamento al que se le destinan muchos recursos para la reparación de sus víctimas, pero que se ven reflejados en el acueducto que no existe, en las escuelas y en las calles pavimentadas que no hay, y en la selva que se está volviendo pasto para ganado. Más de lo mismo. El cáncer de la corrupción y la mezquindad ultrajando la vida en cualquier rincón que se encuentre reafirman que la pobreza y la desigualdad no son un problema económico, sino un problema político.
Desde que el Hub de Global Shapers Manizales promueve la lectura de la cuarta revolución industrial, supimos que el tema va más allá de digerirlo lo mejor posible. Concluimos que su entendimiento debe basarse en los contextos de las comunidades. Nuestro país tendrá que maniobrar su realidad interior por un lado, y el nuevo orden mundial por el otro. Este será un reto mayor teniendo en cuenta que aquí las personas siguen muriendo por falta de acceso a agua potable, un problema que se supone ya resuelto hace mucho. Somos un país de quinta que en muchos lugares de su extenso territorio no ha pasado a ni a una segunda revolución.
Cada revolución industrial ha traído una revolución mucho más profunda, las revoluciones sociales. ¿Cuándo llegará la nuestra? ¿Cuándo cambiaremos la mezquindad por la colaboración? ¿Cuándo elegiremos tomar las decisiones correctas por muy pequeñas que fueren?
Cuando llegamos a la última comunidad en Guaviare, uno de los líderes indígenas no quería que entregáramos los filtros. Lleno de dolor nos recriminaba por invadir sus casas, por occidentalizarlos y barrer con sus creencias. No quería que los hombres consumieran el agua potabilizada, estaba seguro de que el agua del río fortalecía sus estómagos. No supe cómo explicarle que el agua que bebían años atrás no estaba contaminada, como sí lo estaba ahora, que debían de beber del agua del filtro y no del río. El mismo río que los occidentales contaminaron y que ahora llegan con filtros, irónico ¿no? No nos dejaba tomar fotos, los logos en nuestras camisetas y baldes representaban para él un secuestro, aunque traté de explicarle por horas que no éramos políticos, que no había más recursos ni ninguna otra intención más allá de su bienestar, que nosotros éramos buenas personas. Herido, no nos creyó.
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