El multiculturalismo, que reivindica minorías como la raza, el género, la etnia y la clase, es lo políticamente correcto. Este movimiento se presenta, en un primer momento, como la profundización del proyecto liberal; sin embargo, su posterior radicalización lo convierte en un proyecto intolerante, antipolítico, totalizante y esencialista.
En la academia, liberales y multiculturalistas son la postura mayoritaria, estos progresistas conciben su cosmovisión como la única racional; por ello susceptible de universalización, ya que tiene alcance emancipatorio. Piensan que con solo suficiente ilustración los demás se unirán a ese esfuerzo. En cuanto al triunfo en la sociedad, tal y como lo dijo Fukuyama con su tesis sobre el fin de la historia, es sólo cuestión de tiempo para que el suficiente desarrollo económico y modernización política secularicen toda la sociedad, y permitan que la política responda a los reclamos de los diversos movimientos sociales. Así es como llegaríamos, siguiendo la expresión de Fukuyama, a Dinamarca, o a la sociedad del consenso donde todos podamos vivir en armonía.
Como consecuencia de lo políticamente correcto, no se puede ser mujer auténticamente admiradora de la belleza masculina por su fuerza, vigor y agresividad; eso sería ser una mujer alienada que aún no ha tomado conciencia de sí, ni de la opresión que implican las características de la masculinidad ¡ya llegará la sororidad a iluminar el mundo! Tal y como lo hacía el marxismo ortodoxo con los trabajadores asalariados defensores del patrón y con aspiraciones de movilidad social. Aún más, se lee la defensa de la masculinidad desde un determinismo materialista como producto de una condición privilegiada, frente a lo que no habría más que un llamado a lavar la culpa, al mejor estilo judeocristiano; asumiendo la causa de los oprimidos para feminizar la cultura.
La consolidación multicultural en occidente, o su radicalización por fuera de los márgenes constitucionales, ha degenerado en un proyecto antipolítico y totalitario. Esto acaba con el mismo liberalismo, al borrar la división de las esferas pública y privada, con su consigna de “lo personal es político”; y termina negando los canales institucionales que éste había construido para la reivindicación de los intereses plurales.
El multiculturalismo radical se parece al marxismo, en tanto que ambos, como proyectos emancipadores, buscan resolver definitivamente la conflictividad propia de los fenómenos políticos; el marxismo por cuenta de la politización total de lo social y lo privado bajo el control del Estado proletario, y el multiculturalismo por cuenta de la politización total de lo íntimo. Es así que estos son proyectos antipolíticos que generan totalitarismos: en el primer caso, es la esfera pública la que invade la privada, y en segundo, es la esfera privada invadiendo la pública.
Todo esto desemboca, para el caso del multiculturalismo, en la negación de garantías fundamentales como el debido proceso, la carga de la prueba, la presunción de inocencia y el derecho al buen nombre; para instaurar la tiranía de los juicios personales a partir de la moral de la tribu, y hacer la cacería por redes sociales hasta viralizar, de manera reduccionista, al presunto victimario como un agresor heteronormado. En consecuencia, la antipoliticidad que lleva al totalitarismo genera un esencialismo del ser humano que nada tiene que ver con la idea de persona política.
Es la división de esferas la que permite la multiplicidad de lo humano, la persona pública no es la persona privada; cada escenario tiene sus dinámicas y frente a ellas se usan las máscaras correspondientes. De hecho, la persona pública está cargada de valor porque es en el ámbito común donde puede desprenderse de sus afanes personales, íntimos y biológicos para pensar en las decisiones colectivas. En cambio, cuando se reduce el ser a la encarnación total del proletario, la mujer, el negro o el indígena, o desde la interseccionalidad, a la de la doble o triple víctima; no se puedo más que asumir el proyecto emancipador de día y de noche, trabajar con mi rebaño para buscar reconocimiento, retribución o venganza. Esta es la balcanización de la política.
El esencialismo se conecta con la reivindicación de lo privado y subjetivo sobre lo público y colectivo; en tanto que, los procesos comunes e institucionales, que existen en función de resolver problemas colectivos, pierden sentido cuando detrás de ellos hay personas blancas, masculinas, judeo-cristianas, occidentales y propietarias; como si la “esencia” de los líderes que se ocupan de asuntos como la construcción de paz o la soberanía alimentaria, disminuyera absolutamente la validez e importancia pública de esos proyectos en los que se han embarcado.
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