En una esquina de la Plaza de la Candelaria en Riosucio se levanta un viejo caserón, conocido como la Casa de Calicanto, por estar hecho con adobe y argamasa. Posiblemente su construcción se remonte a 1867, cuando comenzó la de las dos iglesias principales y, tal vez, el pórtico del Cementerio Viejo. Tienen técnica y materiales son iguales, no habiendo más en la población. Tiene la casa preciosos balcones calados, con estilo mudéjar, un mentís a la inexistente ‘arquitectura de la colonización antioqueña’ (¡sin mayúsculas!).
Sigue en pie. A pesar del paso de los años, del hastío que causa a los propietarios de la mitad del inmueble la declaratoria de patrimonio y la decisión de la otra dueña de dejarla caer, tal vez para abrir una ferretería, una bodega o un remate paisa, porque así terminan las más hermosas viviendas. Orgullo pasivo de los riosuceños, admiración entusiasta de los forasteros y un encarte para sus titulares, acusa el deterioro del abandono y los resanes superficiales.
Como si la suma de oprobios no bastara, a alguien le dio por encargar o permitir que se mamarrachee un diablo en la fachada de la Casa de Calicanto, que había permanecido intacta durante más de un siglo. O, tal vez, sea una genial iniciativa del autor. Hasta el momento, los únicos que han protestado son Los Vigías del Patrimonio, agrupación cívica carente de autoridad y sin respaldo de quienes la tienen.
Con la arrogancia de quien se cree por encima de la ley, el inconsciente artista respondió, altisonante, que “tenían” que mostrarle las normas que declaran patrimonio el inmueble y prohíben hacer lo que venga en gana con la propiedad ajena. Se siente respaldado por un pleito que perdió la que por administración municipal se tiene en Riosucio, por borrar destrozos similares. Y por la cada vez más extendida creencia de que el vandalismo es una forma de arte.
El resultado es previsible: el pintamonas se saldrá con la suya y se pavoneará como epígono de la cultura, al lado de un seudoinvestigador de danzas protegido por la Alcaldía. Y la Casa de Calicanto quedará como muro de lote, a la vista de las autoridades, que la harán gorda para deshacer el entuerto, mientras promocionan el turismo en Riosucio.
Raquetazo jurídico: Mucho se habla de la expulsión de Australia del tenista Novak Djoković, por su negativa a vacunarse contra la covid-19. Al impedírsele participar en el torneo en el cual ha reinado durante años, también le fue vetado el Abierto de los Estados Unidos. Después, en Francia comenzó a exigirse carné de vacunación para entrar a lugares públicos, incluidos los estadios, con lo cual, tampoco podrá jugar el ‘Roland Garros’. Al momento de escribir esta nota, solo podría ir a Wimbledon, Inglaterra.
Mucho de lo comentado, más repetido que agregado, gira en torno de las repercusiones para el tenis, cómo afectaría las taquillas y disminuiría la sintonía televisiva. Pocos hablan de cuánto perjudicarán estas exclusiones la carrera del tenista. Quizás suponen que por tratarse de un intocable, pronto se le permitirá jugar, sin o sin vacuna, como sucedería en Colombia.
Casi nadie alaba la firmeza de las autoridades (esas sí) australianas, francesas y estadounidenses, de parar en la raya -de la ley, no de la cancha- al semidiós deportivo, por encima del cual no hay nada. En lo que al tenis refiere. Por fuera, un humano corriente, obligado a entender que si no desea vacunarse, está en su derecho. El cual llega hasta donde comienza el de millones de personas que quieren seguir aliviadas. Adiosito, Djoković, hasta la próxima pandemia…
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