En este mundo guiado por “el deber aparentar”, la obsesión por alcanzar notoriedad fácil, lleva a extremos que oscilan entre lo ridículo y lo delictivo. Las redes están inundadas de personajetes frívolos, dedicados a divulgar sandeces. Se autodenominan ‘influencers’ y con tal de volverse “virales” (ah, bueno que les cayera el que sabemos), no vacilan en inducir a cometer los actos más estúpidos que cabe imaginar, incluido el suicidio. Sus miles de seguidores, hermanados en la vacuidad, los veneran con fanatismo y se decepcionan por cualquier tontería, como sucedió a la vegana que admitió haber probado la carne, y le gustó.
Los tales influenciadores se baten en duelo por llamar la atención, con otro grupo ansioso de “ser tendencia”, hacer ruido para agitar a quienes se estremecen con lo intrascendente. Bueno, la tendencia más reciente la marcan artistas de dudosas artes o discutibles talentos, que dieron en proclamarse pansexuales. Se consideran los fundadores de la novedad de “comer de todo”: res, cerdo, pollo, sardina, bagre, tigre, culebra y rata.
Para su desazón, la palabra ‘pansexual’ es casi cincuentona y la práctica, milenaria. Convive y compite con diversos términos, usados para hacer públicas prácticas que solían ser privadas: desde el recatado asexual, hasta variantes como polisexual, pansensual, polifiel, ambisexual y las incluidas en la sigla LGTBI.
(Pregunta para los sexólogos: ¿por qué no incluyen la pedofilia en el saturnal abanico? También es una tendencia sexual y goza de la bendición del clero).
Excepto la anterior, todas las inclinaciones sexuales son respetables. Como decía hace varios decenios un profesor de sexología de la Universidad de Caldas, “la única aberración es tener una sola forma de satisfacción”. La clave es vivirlas con dignidad, misma que falta a quienes divulgan lo que solo a ellos atañe, sea individual, dual o multitudinario. Y después hacen berrinches porque no respetan su intimidad.
Con ese asunto se cayó en una confusión lamentable: la expresión “salir del armario” no es una proclama, sino un reconocimiento personal. Es necesario para todos los seres humanos, sin excepción. La aceptación no es ajena, sino propia. De los demás se requiere es respeto y éste se gana con comportamientos respetables, que no son equivalentes de pacatería, mojigatería, ni castidad.
Cuando un personaje notorio airea sus actividades eróticas, cualesquiera sean, las fomenta en sus seguidores más jóvenes, que lo tienen por ídolo, pero están impreparados para practicarlas. Esa es una forma de violación. Y también alienta la homofobia, la transfobia y toda intolerancia surgida de la condición sexual. ¿Por qué no son capaces de comer callados?
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Coletilla. Hace ya quince días, por fin, sucedió lo que la razón pedía desde hace tiempos: sacar a Kevin Londoño del Once Caldas. Alumno destacado en la escuela de Johan Arango, ambos graduados en el arte de dar mal ejemplo.
También debieron sacar a Bodhert el entrenador, por alcahueta, por rosquero, por deslealtad con la empresa que lo contrató. No solo se empecinó en favorecer a un elemento dañino y perjudicial, en desmedro de futbolistas que son patrimonio del club. Está a punto de acabar con sus carreras, a pesar de su valía como deportistas y como personas. Nada de lo cual es Londoño. El actual técnico pareciera tener dos raseros para medir la disciplina: severidad con quienes salen del cauce de vez en cuando; permisión con el eterno díscolo.
Todo eso pasa bajo la mirada laxa de los dueños del equipo, tan autócratas, dictatoriales y… (pensaba decir chafarotes, pero no digo), especialmente con quienes les dicen las verdades en la cara. ¿Será que no son tan, tan, pero sí muy, muy?
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