Viajar a Medellín por carretera es una mezcla de tortura y pesadilla sin fin por cuenta de la Concesión Pacífico III, apoderada tiránicamente del tramo La Felisa (Caldas, por si acaso)-La Pintada (Antioquia, donde está muy bien). Los 53,4 kilómetros que separan a una localidad de otra, son uno de los cinco frentes de obras viales asignados al consorcio antioqueño-rolo-costarricense y el más atrasado en su ejecución.
El atraso pudo obviarse con sentido común, pero predominó el ego y la empresa se metió en el brete de “rectificar las pocas y suaves curvas que hay en ese trayecto, en lugar de mejorar lo que había, ampliando donde se puede”, al decir de una ingeniera que sabe lo que dice. A lo cual habría que agregar que es terreno inestable, como todo el cañón del Cauca desde más abajo de La Virginia, por ser falla geológica. (La tragedia de Chirapotó fue olvidada).
Cuando el viajero se aproxima a los lugares de trabajo, aparecen enormes avisos luminosos para advertir que la vía permanece cerrada entre 11:00 a.m. y 9:00 p.m. También lo está a las 5:30 a.m., una hora antes o dos después: siempre hay una interminable fila de camiones. Y que sábado y domingo no hay cierres, falso. ¿Será casualidad que un socio de la concesión sea antioqueño?
Entre Irra y La Pintada queda el imperio de las paleteras, contra quienes no vale ni la Policía de Carreteras, si existe. Esas muchachitas no atienden razones, como sucedió hace dos semanas con un camionero que solo quería dormir en La Felisa, después de dos noches al timón. Lo cual importó un comino a la del puente sobre el río Supía y prefirió formar el trancón, antes que nadie discutiera su autoridad.
Viajar al norte equivale a perder un día de vida en deplorables condiciones, a cambio de presenciar un sinfín de absurdos y padecer otro tanto de abusos. El regreso equivale a otro día menos.
El candoroso, despistado e ineficaz Duque repite que es ilegal bloquear las carreteras. Como no especifica, es de suponer que incluye el tramo La Felisa-La Pintada.
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Adenda: El pasado domingo, la canciller alemana, Ángela Merkel, visitó las zonas afectadas por inundaciones en Renania-Palatinado, que costaron la vida a más de 180 personas. Fue con la ministra-presidente de ese Estado, María Luisa Anna ‘Malu’ Dreyer, sin importarles ser rivales políticas. La Canciller llevó de la mano a la ministra, no solo por padecer ésta de esclerosis múltiple, sino con un mensaje claro: en momentos de desgracia, la solidaridad social está por encima de la política partidista.
Un gesto así sería imposible en Colombia, aunque tragedias como esa son anuales aquí, no veintenales, como allá. Por ejemplo, jamás se verá a Uribe y Petro (tan parecidos ellos) parados juntos en el lodazal de una avalancha. No irían, ni han ido, no siquiera solos. Si llegaran a hacerlo, sería para acusarse mutuamente de ser causantes de la catástrofe e invitar a los damnificados, muertos incluidos, a votar por su partido, con la promesa de que jamás se repetirá tal episodio. Lo mismo podría decirse de Duque y Pastrana, de Santos y el resto, que la lista de embaucadores es extensa.
Ah, debe incluirse a María Fernanda Cabal, aunque se proyecte como “la Merkel colombiana”, según Tomasito Uribe. No es una comparación, sino un chiste político flojo: con la pintoresca senadora pocos se dejarían ver y aun como estadista, si acaso le aplicara el adjetivo, sería invisible al lado de la Canciller. Ésta siempre brillará, así la hubieran criado amarrada a un papayo en Buga.
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