Un pueblo se transforma en ciudad cuando sustituye viejas casonas con edificios de “material” (como si aquellas fueran inmateriales) y mueren sus personajes típicos. Y la urbe se vuelve invivible cuando se deterioran sus monumentos.
Desde tal perspectiva, Manizales será inhóspita. Lo vaticina el fotorreportaje ‘Arte público, sin vida ni doliente’ (LA PATRIA, 17.09.2017), que los muestra abandonados, menoscabados, olvidados, objetos de vandalismo, particular y estatal. Recuérdese que por determinación oficial fue destruido un mural pintado sobre unas culatas del viejo Parque de los Enamorados, sobre el poblacho entrañable que se iba.
Emocionaba, daba nostalgia; la gente se identificaba con él. Con ese mensaje cumplía con la función de reflejar la identidad comunitaria.
Lo cual no hace todo lo que en esta ciudad denominan monumento: el de los Colonizadores inculca falsas identidades. No la obra; el título: debió ser a los fundadores “de acá”, no a los colonizadores “de allá”. ¿Cuándo nos liberaremos de la ‘paternidad’ antioqueña y empezaremos a ser caldenses?
A lo mejor, “de allá” reclamaron los bueyes robados al conjunto escultórico. Podría ser el único caso conocido de abigeato artístico…
De otros se desconoce la importancia del símbolo o el personaje. Eso sucede donde no enseñan historia. Por eso la estatua del general Rafael Reyes es usada como palco de primera y Francisco José de Caldas sigue con el dilema de si se limpia o no se limpia. Ni siquiera el ambiguo Bolívar Cóndor estremece; de lo contrario, conservaría completo su texto en letras de cobre.
Uno más suscita equívocos: el del inglés James Lindsay y su hija vestidos como campesinos, a punto de despanzurrar algún transeúnte. Tan insólito como una carcajada de Uribe. Más homenaje hubiera sido conservar su casa como museo y el Cable Aéreo como atractivo turístico.
Casos aparte son las ‘donaciones’, tanto oficiales como particulares. Entre las primeras, el insulso obelisco levantado por la República de Chipre en el barrio que lleva su nombre.
Entre las segundas, la monumental ‘desengüesada’ certeramente titulada ‘Paroxismo’. Es como para convulsionar que se considere arte algo que aparenta ser un comedor de seis puestos, que a la autora no le cupo en casa. Gracias a los ladrones de hierro, ahora es de cuatro. Tal vez ya quepa.
Esto sucede por la obsesión de llenar espacios públicos con lo que sea, menos con naturaleza viva. Lo aprovechan los artistas para volverse parte del paisaje, desde Adriana Duque hasta Botero.
En todo tiene gran cuota la redundante desidia oficial. Además de la inutilidad y dudosa estética de algunos monumentos, el abandono estimula su conversión en retretes improvisados, por ausencia de verdaderos servicios públicos, y en campo de práctica de vándalos que descargan en ellos el resentimiento social causado por la calidad de vida que se pierde, cuando el pueblo se transforma en ciudad.
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Adenda heterodoxa: Medio centenar de historiadores, teólogos y sacerdotes brotados de lo más gutural de la caverna vaticana, acusaron al papa de incurrir en “siete posturas heréticas” en su exhortación apostólica ‘Amoris lætitia’ (Efe, 24.09.2017). Solo porque dejó al arbitrio de los sacerdotes dar comunión a divorciados vueltos a casar. (¿No cuenta el amargo cáliz del segundo matrimonio?).
Está bajo “la aparente influencia de las ideas del heresiarca alemán Marín Lutero”, por el “elogio explícito y sin precedentes” que hizo de él. Dio “una medicina a la iglesia de la época”, dijo Francisco. Aludió a la ética luterana, que harto bien hubiera hecho.
Mientras Roma sometió con el terror de la Inquisición y proscribió la música de los templos, desde Wittenberg se evangelizó con oratorios y cantatas. Bach, Prætorius y Buxtehude, entre muchos, fueron fastuosos mensajeros.
Solo esto explica el elogio del pontífice. No se necesita mencionar la teología, ciencia con la cual o sin la cual los curas siguen tal cual.
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Antideportivo: dado el veto a las barras del América de entrar al Palogrande el pasado sábado, las locales las reemplazaron agrediendo a un periodista y un camarógrafo de Caracol. Como seguramente hicieron con ciudadanos que no les dieron para comprar la boleta o por los delitos de vestir mejor o vivir cerca del estadio.
Así es el electorado de Juan Sebastián Gómez. Él ya ni se despeina por eso…
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