De los 50 millones de habitantes que esta semana alcanzó Colombia, entre 65 y 67% posee unos 63 millones de teléfonos celulares. Mientras una cantidad indeterminada de ciudadanos tiene dos o más, de 33 a 35% no tiene ninguno.
Es difícil saber cuántos equipos de gamas media y alta hay, con plataformas móviles. A través de ellas, cada día son enviados unos 65 mil millones de mensajes en todo el mundo. La más usada es WhatsApp, que acapara el 93% del flujo.
Muchos son una cantidad enorme de reenvíos, recados no originales a veces de origen desconocido. El usuario que los recibe, de inmediato los remite a sus conocidos, así ignore qué contienen, porque es apremiado a compartirlo con la mayor cantidad posible. Como dijo un adicto: “Apenas me llegan, los chuto sin abrirlos siquiera”. (“Chuto”, colombianismo derivado de ‘shoot’: disparo).
Por lo regular, sus contenidos son falsos: van desde anuncios apocalípticos inminentes, como los tres días de oscuridad que sobrevendrían en 2019, o falsos descubrimientos científicos. Detrás de la aparente inocencia de algunos, se esconden virus y ‘malwares’ para causar daños. Sin excluir a unos supuestos analistas que aparecen como de la nada a pontificar sobre el asunto del día, posando de eruditos. Su profundidad no pasa de leer dos o tres columnas antes de sentarse, con poses de Alberto Dangond Uribe, a “informar a la opinión pública”. Léase manipular.
De todos, las peores son las cadenas, llamadas así porque el receptor es un simple eslabón que debe enlazar a cuanto incauto pueda. Las más desesperantes son las de contenido religioso y las que prometen cambiar la suerte. En el fondo son lo mismo, pues las primeras ofrecen supuestos milagros del cielo y las segundas, inasibles riquezas materiales. El señuelo es “mandar este mensaje a 10 personas”, o de lo contrario, habrá desgracias implícitas.
Cierto es que WhatsApp limitó a cinco el número de reenvíos. Pero nada cuesta aplicar el método 5x2, hasta por más.
Las tales cadenas no nuevas. Hace 50 y más años, eran escritas a mano; las metían por debajo de las puertas o entre los cuadernos en el colegio. El conjuro contra la mala suerte que traerían si no se atendía su contenido, era copiarlas diez veces. A medida que se repetía la copia, la letra era cada vez más chueca, dando al mensaje un aspecto ominoso.
Los pudientes las escribían a máquina, con varias copias al papel carbón, difusas las últimas. En la ingenuidad de aquellos tiempos, tales defectos eran como tremebundos presagios. Luego seguían las maniobras para hacerlas llegar a sus destinatarios, sin que estos supieran de dónde venía. Todo era como mágico.
Con la aparición del correo electrónico resurgió la práctica, más ágil, gracias a la tecnología. Ahora, las plataformas móviles sumieron a media humanidad en la esclavitud de las cadenas.
Los más encadenados, con más fuerza, son personas mayores a quienes sus hijos convencieron de lo importante que es estar en las redes. Les dan cursos rápidos (a toda velocidad) de manejo básico, pero no advierten de los riesgos. Y los pobres viejos, con mucho tiempo disponible, enloquecen con el juguete, convirtiéndose en idiotas útiles de los ociosos o en víctimas fáciles de los malvados.
Con un agravante: las campañas contra el abuso y el mal uso del celular se enfocan en los jóvenes. Será necesario incluir a los adultos.
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Ñapa 1: Los antioqueños dueños del Once Caldas se negaron a acreditar a periodistas y fotógrafos de LA PATRIA. El espacio en blanco donde debió ir la foto con la crónica del partido, hizo recordar la manera como se denunciaba la censura de la dictadura rojaspinillista, hace más de 60 años. ¡Quién iba a creer que se repetiría!
En respuesta, los directivos proclamaron que “Once Caldas ha sido y será respetuoso de […] las libertades de opinar y de informar”. ¿Siempre y cuando no contraríen sus egos? Los periodistas de los medios no vetados tendrán que pronunciarse, porque les echaron agua sucia…
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Ñapa 2: El año pasado me declaré hincha de Hubert Bodhert. Ya estoy bastante deshinchado. Más que por lo que no hace con los futbolistas en la cancha, por lo que sucede por fuera…
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