En lo corrido de este convulso 2021 ha habido importantes descubrimientos arqueológicos, que amplían la visión que hoy se tiene de la Humanidad antigua. Baste con enumerar los hallazgos logrados en julio pasado: en Alemania fue encontrado un hueso de ciervo tallado por un Neandertal hace 51.000 años, una temprana manifestación artística. En el sur de Israel hallaron un fragmento de cerámica inscrita de 3100 años de antigüedad, que da pistas sobre el desarrollo de la escritura. En la Ciudad Vieja de Jerusalén fue descubierto un fastuoso salón de banquetes construido unos 20 siglos. Y en Italia salió a la luz una rara piedra con inscripciones, usada para demarcar los límites de Roma en el año 49 d.C.
Al mismo tiempo, como el gran aporte de la Humanidad actual, las islas oceánicas de plástico y basura crecen de manera exponencial. Hay dos en el Pacífico, dos en el Atlántico y una en el Índico, con superficies de hasta 17.000.000 km² y profundidades de 11.000 metros. Además de botellas y otros recipientes, contienen fragmentos muy pequeños, que por semejar zooplancton son devoradas por diversas especies marinas y de aves. 
Además, todas las playas del mundo, incluidas las de la Antártida, están contaminadas con microplásticos. En la de Kamilio Beach, Hawái, son más abundantes que la arena. 
La polución mata cada año más de un millón de aves y más de 100.000 mamíferos marinos, en aguas sobreexplotadas por el ser humano. Se calcula que hacia 2050 habrá en los océanos más toneladas de plástico que de peces. (Y hacia 2030 la atmósfera tendrá más Co2  que oxígeno).
Supóngase que dentro de dos o de diez siglos haya todavía especie humana. A pesar de la destrucción de la Naturaleza; de las veinte o treinta pandemias que probablemente habrá, una después de otra; de la intolerancia, la drogadicción, el sobrepoblamiento, la extinción de recursos y la gradual pérdida de la inteligencia natural en favor de la artificial. Para ese entonces quedará poco del mundo actual; lo que no habrán destruido el tiempo y los terremotos, las inundaciones y las erupciones, se lo llevarán por delante talibanes, marines, ultras, republicanos, primeras líneas, uribistas, petristas, barrabravas, elenos, paracos y Pacífico XXXIII.
Y que a pesar de todo, queden vestigios de humanismo, racionalismo y sensibilidad. Que haya curiosidad por saber cómo vivían las generaciones causantes del despelote social y natural que aquellos lejanísimos descendientes habrán heredado. Cuáles expresiones culturales y artísticas conservaban y cómo lo lograron. 
Los historiadores celebrarán el hallazgo de microchips, cuyos contenidos serán desentrañados minuciosamente. Los documentos de papel tendrán el mismo tratamiento que hoy el papiro, sean una carta de amor, una factura o una boleta de extorsión. Con ellos se intentará reconstruir un desconocido oficio llamado escritura. Si para entonces no se inventó una máquina del tiempo, como la descrita por ese encantador embustero de JJ Benítez en su interminable saga ‘Caballo de Troya’, secuelas y efectos secundarios, los arqueólogos escarbarán bajo enormes montañas de basura y plástico. Surgirá una variante de la geología, la paleoplasticología, y causarán asombro los restos del Centro Comercial Parque Caldas y el Parque Médico. Serán examinadas extrañas inscripciones grabadas en botellas.
Si profundizan lo suficiente hasta hallar suelo, estudiarán los escombros de demoliciones, a mano o con dinamita. Habrá tesis de grado sobre las raspaduras de tractor en restos de muros enterrados, y quien establezca diferencia entre cenizas volcánicas, de bombas y de cadáveres cremados, ganará el Nobel de Química.
Ese es el panorama intelectual, si acaso la Humanidad sobrevive a sí misma. Si traspasa los ominosos plazos de 2030 y 2050…