Como un anciano enfermo que se aferra a la vida cuando sus deudos quieren enterrarlo. O como un espíritu que vaga espantando a quienes tienen remordimientos con él, Todelar deambula malviviendo del nombre, entre ser y no ser, más no ser que ser. Un muerto con apariencia de vivo; un vivo que eternamente muere.
Cuando se busca al azar en el dial y de repente brota una voz que dice su nombre, se experimenta la misma ‘escaramurcia’ que le dio a Abraham cuando Dios le habló por un transistor colgado en un matorral. A pesar erizarse los vellos de la nuca, no se conjura la auditiva irrupción, porque también se siente alegría de entrar en contacto con el pasado.
Sin importar qué suena, que poco o nada valdrá, la memoria evoca aquellos tiempos cuando Todelar vivía en los hogares: las empleadas gimoteaban con las historias reales narradas en ‘Así resolvemos su caso’. Eran dramas íntimos que contaban por carta radioescuchas angustiados, firmadas con seudónimos como ‘Manzana desconcertada, triste y pensativa’. Actores de la emisora las convertían en obrita de teatro y después Cecilia Fonseca de Ibáñez ofrecía soluciones con dulce y maternal entonación.
Las señoras “no se perdían pie ni patada” de radionovelas como ‘Renzo el Gitano’ o ‘Kadir el Árabe’ interpretadas por ídolos sin rostro como Ester Sarmiento de Correa, Gaspar Ospina y Érika Krum, que luego lo tuvieron en la televisión, o Rodrigo Correa Palacios, eximio declamador. Los muchachos estaban pendientes de ‘Kalimán, el hombre increíble’, que tuvo más de 3.500 capítulos. También los señores se interesaban en Chan Li Po, el Hércules Poirot nacional, cuya única arma era su capacidad de razonamiento, y se interesaban en los sucesos de ‘La ley contra el hampa’, cuyos libretos escribía Jaime Olaya Terán sobre sumarios obtenidos en juzgados.
Se almorzaba y comía escuchando a Jorge Antonio Vega, Eduardo Aponte Rodríguez, Manolo Villarreal y otros en el “Noticiero Todelar de Colombiaaaaa”, cuya fanfarria era la marcha militar ‘King Cotton’ de John Philip Sousa. Y al finalizar ésta: “Un mundo de noticias para un mundo de oyentes”. O “Nos oyen y nos creen”, en la voz profunda de Milton Marino Mejía, un narrador de fútbol que no cantaba los goles: los anunciaba. (¡Qué contraste con los chillidos histéricos que, sí o no, deben soportarse en las transmisiones futboleras televisadas en exclusiva!).
Por las noches se hacía ruedo en torno de un radio de tubos para escuchar los chistes ingenuos de Los Chaparrines, los apuntes cáusticos de Hébert Castro y los costumbrismos subiditos de tono de Los Tolimenses, siempre rematados por un bambuco. Antonio Ibáñez entretenía a noctámbulos y desvelados con sus ‘Habitantes de la noche’.
Las ‘cocacolas’ se enternecían con el lorito Pompín, al que dio voz Gonzalo Ayala (‘La carta que nunca envié’). También William Vinasco Ch., una de cuyas versiones grabó en Radio Manizales, en el estudio de Fernando Torres Trujillo.
Funcionaba ésta en un viejo caserón en la carrera 22 con calle 20, desde donde se emitían, entre otros, el noticiero ‘Crónica’ y ‘La opinión ciudadana’, y Javier Giraldo Neira consolidó su predominio en las ondas hertzianas a partir de ‘Estadio y multitudes’. Quienes iban a ver partidos del Once Caldas, creían más en lo que éste decía que en lo que sus ojos veían.
En un tercer piso añadido funcionaban el estudio de grabación y la discoteca. Un temblor cualquiera en los años 1970 u 80 derribó los anaqueles llenos de elepés y sencillos, obrándose un milagro: detrás estaba la colección de música de la Emisora Electra, primera que sonó en esta ciudad. ¿Dónde estarán esos tesoros?
Hay mucho más por evocar la ‘Universidad de la Radio’. La llamaban así porque se aprendía mucho, incluido lo duro que era trabajar gratis.
Estas remembranzas salteadas explican por qué “Todelar está en todas partes”. Hoy, en ninguna. Es la frase más desactualizada del circuito radial, el cual tiene mucho pasado y nada de presente.
La suya podría ser la radiografía de la otrora esplendorosa radio colombiana. Hoy no es ni sombra, porque a las cabinas de transmisión la chabacanería ¡se metióooooooo!
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Post scriptum: Se fue Francisco y en lugar de llevarse a Santos, dejó dos beatos.
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