En dos 17 de septiembre, con 787 años de diferencia, fallecieron dos grandes figuras de la música, de quienes hoy se sabe solo en el cerrado círculo de los melómanos y el ininteligible mundo de los musicólogos: Hildegarda de Bingen y Fritz Wunderlich. Alemanes ambos.
La primera, fascinante y prolífico personaje del siglo XII, destacó en la escritura, la filosofía, la ciencia y la medicina. Se la considera como la madre de la historia natural y sus visiones proféticas le valieron los motes de ‘Sibila del Rin’ y ‘Profetisa teutónica’.
Por haber sido la menor de diez hijos, sus amorosos padres la consideraron un diezmo para Dios y la ‘donaron’ a un convento como oblata: ni monja, ni laica. Sería encerrada para siempre en una celda, pero una abadesa de mente abierta la libró de semejante muerte en vida.
Hildegarda fundó su propia orden, investigaba, predicaba y escribía libros, y cartas a los notables de su época. No vaciló en ‘rayarle las espuelas’ al Papa, tal vez Alejandro III, y mantuvo correspondencia con el emperador Federico I Barbarroja. Al ponerse a la par de los hombres, sentó las bases del feminismo, junto con Eloísa de Argentuil, Esclaramonde de Foix, Leonor de Aquitania, entre otras.
Para la monja de Bingen, la música tenía importancia teológica. Compuso 78 piezas de notable exigencia vocal, apartándose del canto gregoriano acostumbrado para la liturgia.
Murió en septiembre 17 de 1179, pero su recuerdo perduró: sus composiciones han sido grabadas en 35 discos. Una de ellas, ‘Columba aspexit’, está en la banda sonora de ‘Beautiful mind’ (Óscar a mejor película en 2001) y estuvo postulada a mejor canción. Su vida fue llevada al cine en 2009. Un asteroide y un cráter lunar fueron denominados Hildegard en su homenaje. Y desde 2012 ostenta el título de doctora de la Iglesia. Asombroso, dada la proverbial misoginia católica.
Por otra parte, la trayectoria del tenor lírico Wunderlich es inmensa. Estaba dotado con una hermosa voz, potente, sonora y brillante, con gran dominio de la respiración, entre muchas cualidades. Era tan excepcional, que cuando apenas había tenido un solo papel secundario en una ópera, el tenor Josef Traxel se fingió enfermo y se confabuló con su reemplazo, para que Fritz tuviera oportunidad de protagonizar ‘La flauta mágica’ de Mozart.
En sus diez años de carrera hizo 662 grabaciones, sobre todo arias operísticas. También algunas canciones líricas populares, entre ellas ‘Granada’ de Agustín Lara, que cantó en alemán con impresionante despliegue vocal.
Cuando Wunderlich fue contratado para cantar en el Metropolitan de Nueva York, la crítica consideró que había alcanzado la cumbre, a edad más temprana de lo usual entre cantantes académicos. Fue a celebrar a la finca de un amigo, donde esa noche se enredó con el cordón desamarrado de uno de sus zapatos y rodó por la escalera. Falleció en septiembre 17 de 1966, diez días antes de cumplir 36 años y a pocas semanas de debutar en el teatro de ópera más importante del mundo.
En 2008 fue elegido en la revista de la BBC de Londres como el cuarto entre los más grandes tenores del siglo XX, con Enrico Caruso, Plácido Domingo (sobre gustos nada hay escrito) y Luciano Pavarotti. Ya ve, pues, que hasta los ecuánimes ingleses caen en la tentación de hacer escalafones inútiles, e imposibles, porque cada cantante (bueno) es incomparable.
Ambos aniversarios pasarán desapercibidos. Pero es importante celebrarlos, para recordar que la música era una obra de arte, con estética y valor, y no un producto comercial. Arte al cual solo llegaban los mejores y no quienes más venden.
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