La buena música, aquella que deleita el espíritu y estremece los sentidos, se escucha en poco tiempo y su recuerdo es eterno. Eso pasa a quienes hace unas cuantas semanas nos deleitamos con la obra musical ‘Ocasos’, sin profundizar en si se trata o no de una ópera breve de carácter nacionalista, para el caso da lo mismo.
El montaje es representado por un centenar de artistas: cuatro solistas, el coro del Taller de Ópera y los bailarines del Laboratorio de Danza de la Universidad de Caldas, acompañados por las orquestas Sinfónica de Caldas y Típica Contrastes.
Sobre composiciones del cartagüeño Pedro Morales Pino, el dramaturgo Germán Camilo Díaz ideó una historia de amor que se desarrolla en tiempos de la guerra con el Perú, en 1932. Así conservara los textos originales de las canciones, no es una obra costumbrista, pero Díaz cree que “recoge el folclor” de Morales Pino. No cabe un académico de tan alto vuelo en esa clasificación. Es a Colombia lo que Dvořák y Smetana a la República Checa y Glinka y Borodin a Rusia. (Si don Pedro era folclorista, Maluma sería músico).
La orquestación del maestro Nelson Monroy, conductor de la sinfónica, resalta la belleza del repertorio, con las bandolas flotando sobre la orquesta. Para escuchar varias veces, las versiones de la danza ‘Andina’ y los pasillos ‘El calavera’ y ‘Reflejos’. Las adaptaciones de los bambucos ‘Ya ves’ para coro y ‘Cuatro preguntas’ como dúos de tenor y barítono, y de soprano y mezzo, que luego se transforma en cuarteto con coro, son de antología.
Gratas sorpresas: la soprano Jenny Moreno, de quien una juvenil estampa oculta su trayectoria europea; la hermosa voz de la mezzo Mayra Aguirre. John Freddy Marín y Marco Fidel Castro, tan conocidos en el ‘Mono Núñez’, mostraron el alcance de sus voces.
Lo musical y lo interpretativo ocultan con creces detallitos por pulir, como la falta de convicción para actuar de parte del elenco. Y que el (o la) responsable de la coreografía explique porqué transformó un pasillo de salón en danza de labor.
‘Ocasos’ es una obra para ver hasta que se oculte el sol y salga de nuevo.
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Coletilla: obraron como Dios manda, los magistrados de la sala civil del Tribunal Superior de Manizales al condenar a la Arquidiócesis de Manizales y a Pedro Abelardo Ospina, a indemnizar a un acólito de Filadelfia y su señora madre. El cura violó al niño tras amenazarlo (LA PATRIA, 25.08.2017) y estará preso veinte años.
Con su consabida habilidad para eludir responsabilidades, incluida la de salvar almas, la curia argumenta que Ospina obró por iniciativa propia. Cierto. Nadie imagina al arzobispo instruyéndolo. Vive muy ocupado ocultándosele a la prensa. Pero fue a dar a Filadelfia por orden episcopal; de lo contrario, habría violado en otras partes.
Por supuesto, la iglesia debe defenderse; no está acostumbrada a responder por crímenes cometidos en nombre de Jesús. ¡Qué tal que no respaldara a los curas caco…fónicos que predican el evangélico “dejad que los niños vengan a mí”! Tampoco está hecha para dar, sino para recibir. ¿Cómo quedaría el mitrado si suelta el parné sin chistar? Como un hereje…
Hasta ahí, sería un escándalo más, cuya publicidad es ya hazaña en este beatífico departamento. Lo hace diferente el surgimiento de un Torquemada veredal, que con el lenguaje que Cristo no manda a sus clérigos usar, maldijo a la corte “parcializada, centrada en un anticlericalismo y odio a la Iglesia Católica”, por castigar a un delincuente su colega.
“Se repite la historia: Dios condenado por juristas, ignorantes y cobardes como Pilatos y sus asesores por presiones del populacho” (LA PATRIA, 29.08.2017), prosiguió. No, hombre, su nuevo ‘Dios’, Ospina, dio con jueces probos y frenteros que no temen enfrentar las presiones del populacho curialero.
Después de una sarta de adjetivos que despertarán envidias en Win Sports, el discípulo de Ezequiel Moreno anunció: “Oraré para que Cristo interceda por los jueces y magistrados que condenaron a la Iglesia y así la justicia divina no caiga con todo el rigor de su peso sobre sus personas y sus familias”. ¿Amenaza velada?
En las sectas de garaje están de plácemes. Aguardan la llegada de un rebaño desorientado, ahuyentado por sus ‘pastores’ católicos.
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