Algunas fotografías de la “Retrospectiva gráfica de Manizales en los 100 años de LA PATRIA”, publicada el domingo pasado, revivieron multitud de recuerdos. Como si estos hubieran quedado atrapados en imágenes, que también parecen captar el silencio de la época, cuando el centro era epicentro de la vida ciudadana.
La calma solo era interrumpida por los pregones de vendedores ambulantes. Estos anuncios eran verdaderos cánticos, que exigían dotes vocales. Expresión musical que no pasó inadvertida a varios compositores, quienes se inspiraron en ella para escribir famosas piezas populares o de ópera y zarzuela.
Las mercancías eran llevadas en cajones colgados al cuello con correa de cuero o en carretillas de ruedas de hierro que resonaban en las calles de cemento y piedra. Las empalagosas solteritas se veían en una vitrina blanca sobre cuatro llanticas y la forcha en un barrilito rodante de madera. Helados y paletas iban en cajas de icopor con interior de papel kraft.
Los voceadores portaban los periódicos en una gran carpeta de cuero bajo el brazo, con reata terciada en bandolera: “¡Patria, Tiempo, Espectadooor! ‘Petaor’, Patria y Tieeempooo!”. Un ritmo perfecto, al que solo se oponía el canto de sirena de la “¡Lotería de Manizaleeesss!”.
Hasta la puerta de la casa llegaban galguerías típicas para el desayuno o la merienda: las arepas de choclo vendidas por una señora siempre vestida con pañoleta y delantal impecablemente blancos. El “¡pandequesooo calienticooo!”, por una viejecita con un canasto de bejuco, a quien hacía competencia un joven: “¡Llegó la mazamorra calienticaaa!”. También podía conseguirse algo de revuelto al hombre que promocionaba “¡veinte tomates por un pesooo!”, y se tapaba un ojo al gritar.
Para los niños eran más sonoros los cánticos de La Fina, vendedor de gelatina, blanca y negra. Lo llamaban a gritos: “¡Jacobo!”, y él contestaba: “A 5 y a 10” centavos. Otros aguardaban con ansiedad el pregón: “¡Buñuelos, buñuelooos! Calienticos los buñuelos y gelatinas fresquitaaas. ¡Para tomar con la lecheeee!”. O no veían la hora de escuchar el dulcísimo canto que tentaba a “¡gauchooo! ¡Mentaaa! ¡Tiraooo! ¡Maníii!” o la voz casi inaudible del viejecito que feriaba “tirao, tirao” intachablemente envuelto en papelillo.
Al estadio iba los domingos de fútbol dominical un campesino de voz cascada, con un enorme canasto lleno de pandeyucas, quien desafiaba el apetito: “¿Van a comer, o no? ¡O me las como yo!”.
Los llamados de los buhoneros resonaban en las apacibles calles manizaleñas de antaño: Horacio se ofrecía “¡para soldar el aluminiooo! ¡Se arreglan sombrillas, ollas, fogones de petróleo! ¡Las farolaaas!”. Linternas artesanales para alumbrarse cuando se iba la energía, los lunes, miércoles y viernes a las 5:00 p.m., sagradamente. El afilador de “¡cuchillos, navajas y tijeraaas!” se anunciaba con un breve soplido de dulzaina y en los recovecos caseros había revuelo cuando se escuchaba: “¡El hierro viejo voy comprandooo! ¡El cooobreee!”. Más ambicioso era el anuncio: “¡Compro oro! ¡Compro plata! ¡Anillos… cadenas… relojes que ya no sirvaaan!”. El anunciador de “¡frascos y botellas se cooompran!” pagaba con extravagantes gauchos y la muchachada desbarataba la casa en busca de cachivaches para trocar por el tornasolado dulce.
Hoy se pregonan otras cosas, menos tradicionales. De la ciudad de hace medio siglo apenas quedan vestigios, como la esplendorosa edificación del antiguo Hotel Europa, hoy sede de la Dian, y el Colegio de Cristo, transformado en Liceo Isabel la Católica. De ahí el valor documental de la serie fotográfica publicada para conmemorar el centenario de este periódico. Queden como testimonio, porque en el momento menos pensado los tumban, para levantar horrorosos cajones de plástico o novedosos centros comerciales, igualitos a los demás.
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