El Consejo Nacional Electoral (CNE) anuló la inscripción de 915.853 cédulas de ciudadanía, por sospecha de trashumancia electoral. En principio, vale como intento de sanear prácticas políticas corruptas, cada vez más descaradas. Ya se sabe de pueblos donde resultaron más inscritos que habitantes.
La resolución empana un olorcito como de… político vivo. Debe preguntarse cómo estableció el CNE que el casi millón de personas tenía aviesas intenciones electoreras. Posiblemente a dedo: uno fue señalado por pasar su cédula de un puesto de votación a otro, distante diez cuadras. ¡Dentro de la misma ciudad! Varios descabezados conocidos por este columnista, son gente de bien, pensante e independiente. Gente así no conviene al partido de gobierno: allá solo puede aplaudirse la versión nacional de Maduro.
Si a sospechas vamos, el registrador Juan Carlos Galindo salió fotografiado con el entonces candidato Duque; con ninguno otro. Los magistrados del CNE son elegidos por el Congreso, en cuyo Senado el Centro Democrático es mayoría. Representan a los partidos, no a los electores; en consecuencia, cuidan los intereses partidistas, no los ciudadanos.
El presidente de ese consejo es un gran elector caldense, coleccionista de marrullas: las que no sabe, las tiene apuntadas. Lo acompañan, entre otros, dos costeños (sobran agregados) y un representante del partido Farc, éste con temibles antecedentes en trashumancia por montes y cañadas. Mejor no seguir…
A menos que las votaciones demuestren lo contrario, la anulación de inscripciones es una maniobra para apuntalar este remedo de gobierno.
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Camilo Gaviria, candidato conservador a la Gobernación de Caldas, exhibe su condición de nieto del primer gobernador, Alejandro Gutiérrez, como mérito para ser elegido. Debería saber que su abuelo e inmediatos sucesores impusieron a los pueblos caucanos del Occidente alcaldes conservadores antioqueños (perdón por la redundancia), para doblegarlos espiritualmente y borrar su historia o manipularla. El pasado dice cómo será el futuro…
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Las ofertas de DirecTV de más canales sin costo adicional, son engaño deliberado. La gratuidad dura un mes, pero al cliente vuelven a llamarlo, ni desconectan automáticamente la oferta. Quiéralos o no, la factura puede aumentar más de 50%.
Para curarse en salud, la farragosa página web de esa empresa ofrece un vínculo para presentar quejas y reclamos. La ruta es un continuo girar. ¡No existe! Llamar por teléfono es una tortura peor, porque el menú no ofrece la opción de hablar ni con la señora de los tintos.
Si por milagro alguien contesta, lo remiten a facturación, programación y todas las “ión”, incluida maldición. Solo se obtiene el desmonte de los canales indeseados, porque la plata extra se la ganan, porque se la ganan.
Si a alguien le sucedió, vaya directo con la Autoridad Nacional de Televisión y las superintendencias de Sociedades y de Industria y Comercio. Igual perderá la plata, porque ningún ladrón devuelve jamás lo robado.
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El sábado pasado se reunieron en una casa del centro de Manizales un ateo y un fanático católico, a compartir su único gusto común, el alcohol. Cuando hizo efecto, el descreído proclamó: “Yo no creo en Dios”. “Yo sí creo”, reviró su contertulio, apodado Cantaleta. Y en lugar de darle una dosis de su alias, le asestó tres puñaladas, enviándolo adonde sea que vayan los ateos muertos.
¡Intolerancia! dirán las mentes abiertas. ¡Defensa de la fe! clamarán los camanduleros. Vayan preparando la novena de San Cantaleta, porque al puñalero lo canonizarán, como canonizado fue el obispo Ezequiel Moreno, por predicar en Pasto que matar liberales no era pecado.
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La Arquidiócesis y Rosa Elvira Arce Londoño, notaria del Tribunal Eclesiástico de Manizales, fueron condenados a indemnizar con $57 millones a una señora, a quien falsificaron la firma en un proceso de nulidad matrimonial, adelantado con unas 17 falsedades. La víctima de los delitos se enteró, porque la notificaron por error.
Como suele suceder con la curia, se le negó el derecho de defensa, ocultándole los documentos y amenazándola con declararla en rebeldía con la iglesia. O sea, metiendo a Dios en la colada, como si Él fuera cómplice de toda tropelía en sus oficinas locales.
¿Volverán a zumbar maldiciones contra la justicia civil? ¿O clavarán el pago total a la notaria? Hagan sus apuestas, señores. El casino nunca pierde.
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