Visto el cariz que tomó la contienda electoral, podría hacerse una analogía con el fútbol: los candidatos Petro y Hernández parecen futbolistas sin talento, limitados a darse patadas mutuamente. Mucha fuerza, poca creatividad. Sus seguidores parecen barras bravas, parapetadas tras nombres y camisetas de equipos, para lincharse verbal o físicamente.
Pero política y fútbol tienen antecedentes más nobles, cuando aquella tenía el propósito de servir y en éste importaba más el espectáculo que el resultado. Los goles del rival se aplaudían y se celebraban los del propio equipo. Era más arte que deporte.
Quienes piensan que fútbol y arte van por senderos diferentes, dicen que rara vez están en el mismo barrio un estadio y un museo, una librería o una galería. Afirman que el arte surge de la cabeza y el corazón; el fútbol de los pies. Por eso es balompié.
El escritor británico Rudyard Kipling desdeñaba a los aficionados, “esas almas pequeñas que pueden ser saciadas por los embarrados idiotas que lo juegan”. Su brillante colega irlandés Óscar Wilde pensaba que “el fútbol es un deporte de lo más apropiado para niñas rudas; pero no apto para jóvenes delicados”.
El crítico de arte Miguel González, uno de los más respetados del continente, dijo alguna vez: “El fútbol no ha sido un motivo para que grandes artistas lo incluyan en su trabajo artístico, pues los que han realizado esculturas o pinturas han sido fanáticos del deporte, pero no son verdaderos artistas. Tampoco he conocido un gran poeta que haya escrito un poema al fútbol. Es un hecho que el fútbol nunca será la musa para el artista”.
Curiosamente, tanto Kipling, como Wilde y González han tenido en alto concepto los clásicos griegos. Quizás olvidaron que a las competencias deportivas, la poesía y el teatro se daba igual importancia en la antigua Grecia y los escritores se encargaban de inmortalizar a los campeones olímpicos.
Tal vez la actitud de los intelectuales modernos se deba a que el más popular de los deportes se juega con los pies, lo cual parece contradecir la historia de la evolución. Según definió el poeta Antonio del Toro, un partido de fútbol representa “la venganza del pie sobre la mano”.
Otros han desconfiado de la relación entre cerebro y músculo: el novelista francés André Malraux consideró el XX como “el extraño siglo de los deportes”. Y el filósofo alemán Johan Huizinga definió al humano contemporáneo como el ‘homo ludens’, el hombre que juega.
Sin embargo, son más los intelectuales y artistas que reconocieron su afición al fútbol y se inspiraron en él para hacer obras importantes de arte. Ellos nunca tuvieron el dilema de elevar el espíritu o patear un balón. Es más, jamás se detuvieron a pensar si el balompié va en contravía de la evolución, pues al mismo tiempo que dejaron un legado cultural a la Humanidad, celebraron como primates dichosos las victorias de sus hordas del alma en esas batallas tribales que llaman partidos o campeonatos.
La alineación de los artistas futboleros es larga: los escritores Albert Camus, Julio Cortázar, Oswaldo Soriano, Mario Benedetti, Eduardo Galeano y Camilo José Cela; los poetas Miguel Hernández y Rafael Alberti; el pintor Joan Miró; los cineastas Rainer Werner Fassbinder y John Huston, y los compositores Joan Manuel Serrat y Vinicius de Moraes, para mencionar solo unos cuantos. Lo cual demuestra que el fútbol también ha sido cantera de artistas. Algunos incursionaron en la política y llegaron a altos cargos, o fijaron su posición. Entonces, muchos futbolistas eran verdaderos artistas.
Hoy, Petro y Hernández apenas son capaces de intercambiar patadas.
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