Las manecillas de mi reloj se detuvieron esta semana y anduve, de manera consciente, con ese muerto atado a la muñeca izquierda por dos días. No es la primera vez que pasa. Desde hace 25 años tengo el mismo cronógrafo y, obvio, he tenido que llevarlo a arreglo y cambiarle la pila. Pero esta vez no hubo afán por hacerlo. Estar de vacaciones, en cuarentena y sin un desenlace real a esta pandemia hacen irrelevante medir el paso del tiempo.
Al comienzo de este encierro por la covid-19 nos dijeron que serían 15 días de aislamiento. 20 a lo mucho. Pasó un mes, luego dos… a los cien días dejé de contar. Empecé a saber el día y la fecha por las actividades anotadas en el calendario de Google - tengo clases todo el día, entonces hoy es martes -; luego por las cosas que me faltan en la nevera - no tengo tomates, lo que significa que hace dos miércoles no voy al mercado -; también por los anuncios de nuestros mandatarios - hay ley seca, es probable que haya un feriado -.
Últimamente es por alguna llamada urgente al celular - “ya estamos en reunión por Zoom, te estamos esperando” -; por algún timbre - “Papitos y mamitas, recuerden que hoy es miércoles y a las 4:00 p.m. nuestros hijos tienen Inglés. Activen sus alarmas, por favor” -; o por las uñas de mi mascota en la puerta avisando que ya son más de las 7:00 de la mañana y que tiene ganas de hacer pipí. Soy el perro de Pavlov.
Cuando se pensionó, el periodista Héctor Rincón escribió que desde que no tenía obligaciones era “lo mismo las once que las dos. Lo mismo el jueves que el lunes” (https://bit.ly/2OFC98p). Seguía, sin embargo, el paso del tiempo por algún torneo de tenis o la Liga de Campeones, que se vio completica, lo que significa que los martes y los miércoles estaba desde el mediodía hasta las 5:00 de la tarde pegado al televisor.
Pero ahora ni fútbol hay para saber qué día de la semana es. Y si lo hay, los torneos son tan desabridos, tan carentes de alma, que a duras penas celebran en las redes sociales algunos hinchas.
Leer las noticias nacionales o ver los noticieros tampoco ayuda. Reemplazaron las quejas de Transmilenio por el mal uso de las mascarillas. Ya son cuatro meses en esta cuarentena y los titulares son los mismos que en abril: cifras de contagiados, indisciplina, medidas, pelea entre el presidente Iván Duque y la alcaldesa de Bogotá, Claudia López… nada parece cambiar, salvo la ineptitud del gobierno para lidiar con esta crisis. Aburre. Exceso de cifras, poca información y mucho folclor… alcaldes, congresistas y fiscales que violan las restricciones, montoneras por comprar un televisor, gente que toma detergente para “protegerse” del coronavirus. Estamos condenados a extinguirnos.
Para no continuar con falsas expectativas, se debería decretar que ya este año se fue así, encerrados y manteniendo la distancia social. No más plazos, ni fechas, ni picos de pandemia, ni ilusiones. Resignarnos y asumir que el 2020 será horrible y que el 2021 será peor en temas económicos. Nos clavarán impuestos hasta por respirar.
Esto no es de reinventarse, como lo plantearon algunos gurús del optimismo, sino de acomodarse. Como mi reloj. Bastó con abrir la parte posterior, mover un poco la pila, para que las manecillas volvieran a girar. Todo lo demás será tiempo perdido.
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