“Fui católico hasta que
llegué a la edad de la razón”.
George Carlin,
comediante estadounidense
Mi abuela me llevó a ver al papa Juan Pablo II, cuando este visitó Colombia en 1986. Al igual que los miles de ciudadanos que salieron el pasado miércoles a recibir al papa actual, el argentino Francisco, en ese entonces vi pasar a vuelo de pájaro al Vicario de Cristo montado en un papamóvil y saludando a la multitud. Pura novelería, pero uno se creía cambiado.
Seguramente hice lo del expresidente Álvaro Uribe: me santigüé después del breve momento, así el líder de la Iglesia católica no me hubiera bendecido, lanzado una mirada… o ignorado a propósito.
Tenía 8 años y todo ese día fui juicioso; no podía quedarle mal a Su Santidad y sentía que Dios me vigilaba. Además, acababa de hacer la primera comunión, ¡faltaba más! Pero al cabo de un tiempo hice algo muy humano: mentí, cosa que hacen todos los niños a esa edad. El papa polaco no timbró en la casa para reprenderme. Dios no me lanzó un rayo y el crucifijo que colgaba de una cadenita en mi cuello tampoco me quemó el pecho. Mi abuela sí se enojó y, humana como era, me dio una palmada en el culo. Dios tampoco la castigó tumbándole la mano.
Con el tiempo hice algo que por estos días es muy raro e impopular entre la gente (sobre todo entre las masas, y 38 millones de católicos en Colombia es una gran masa): pensar.
Comprendí que las religiones son instituciones que buscan atraer personas para venderles una especie de seguro de vida para el más allá. “Reza, comulga y sigue nuestros preceptos y te irá bien cuando mueras; y si haces donaciones te irá mejor”. También que cada quien está en su derecho a creer en ello y asistir masivamente a misa -como ocurrió el jueves en el Parque Simón Bolívar de Bogotá- para aquietar el alma.
Y entendí que Dios es un concepto relativo. Cada quien lo crea “a su imagen y semejanza”. Unos lo ven como un hombre de barba larga parecido a Charlton Heston, otros como un triángulo con un ojo en el medio. Y están quienes dicen que es una trinidad que son a la vez uno; y los que lo ven como un elefante de seis brazos.
También están quienes dicen que es un ser de amor y comprensión, a pesar de que a lo largo de la Biblia (desde el Génesis hasta el Apocalipsis) mata a 2.476.633 personas. Dato recopilado por el escritor -y ocioso estadista bíblico- Steve Wells. Satanás, en cambio, solo tiene diez en todo el texto y los despachó empujado por los deseos de Dios.
Dios genocida, Dios amoroso, Dios Todopoderoso… Dios como excusa para explicar lo que no sabemos, Dios para justificar nuestras fallas como humanos, como seres de la naturaleza. La única certeza que tenemos -si se usa la razón y no la fe- es que desconocemos su existencia.
Por eso cuando alguien llega en su nombre y se monta todo lo que se ha armado en torno al papa Francisco, resulta un show exagerado para quienes vemos esto desde la razón. Es un espectáculo, como quienes asisten a un concierto de rock para ver a sus ídolos.
Quienes se creen el cuento y le ponen fe al asunto, bien por ellos si les sirve. Sin embargo, la paz, tranquilidad y supuestos cero homicidios registrados el jueves en Bogotá no se debe a un milagro de Su Santidad o a que “Dios está presente” (¿acaso no lo estaba antes?). Es porque muchos de ese 79% de colombianos que son católicos creen que por la presencia del líder vaticano en el país hay que portarse bien. Actuar como un niño de 8 años que se cree el cuento… pero esperen a mañana.
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