“Con mentiras no se hace oposición”, me escribió - vía Twitter - el administrador de empresas Andrés Londoño, refiriéndose a lo que escribí la semana pasada en este espacio sobre Camilo Gaviria Gutiérrez. Es cierto. Por eso quiero arrancar aclarando que la empresa Central del Campo SAS, de la cual el candidato a la gobernación de Caldas es gerente administrativo, no se benefició del programa Agro Ingreso Seguro (AIS). Esta empresa se creó en 2015, cuando el escándalo de estos dineros ocurrieron en 2008 y él trabajaba para la multinacional Team Foods.
Sin embargo, otras empresas familiares de “actividad mixta y pecuaria” - área de experticia de Gaviria Gutiérrez - sí se vieron beneficiadas con los créditos de la Línea de Incentivo a la Capitalización Rural (https://bit.ly/2lLOuNj). Pero no me extenderé más en este tema, que ya fue ampliamente documentado y pobremente defendido por la líder regional del Centro Democrático (CD) y mamá de Camilo, Adriana Gutiérrez.
Estoy de acuerdo con el tuitero: “con mentiras” no se puede hacer política. Tampoco oposición. Por eso hay que pedirle al candidato del CD que no diga que tiene recorrido político (https://bit.ly/2me574p). Acompañar a su papá, en 1986, a hacer campaña por diferentes regiones de Caldas no lo hace conocedor del tema. Mucho menos a los 6 años. Ese es el discurso de delfines como Simón Gaviria, que se acostó economista y se levantó congresista, aupado por su padre, el expresidente César Gaviria, y con la maquinaria del Partido Liberal a su disposición.
Pero me desvío del tema.
La mentira es moneda de cambio en épocas electorales. No solo en Colombia; es un fenómeno global. El brexit, Donald Trump, Jair Bolsonaro, el No a la paz con las Farc… son solo unos ejemplos de este “desorden informativo”. Un fenómeno que el International Center for Journalism y la UNESCO investigaron y documentaron en textos como Periodismo, fake news y desinformación (que se puede descargar en el siguiente enlace: https://en.unesco.org/fightfakenews). Y la difamación llega a niveles escabrosos.
El pasado jueves, la periodista de Blu Radio, Camila Zuluaga, dedicó cerca de 15 minutos a aclarar y desmentir que ella nunca recibió dinero de los Nule. Una mentira que lleva casi una década circulando y que, cada vez que ella pisa callos, desempolvan para minar su credibilidad. Ni siquiera el testimonio de Miguel Nule, el supuesto sobornador, aceptando que todo es embuste, sirvió para que los detractores de Zuluaga arrastraran su imagen por las redes sociales.
Mentiras pegadas con babas. Sacadas de portales de dudosa reputación o montajes mal hechos. Esta semana, por ejemplo, circuló por las redes sociales el pantallazo de una supuesta opinión publicada en El Tiempo, en la que alguien que se hace llamar Juan J.P me calificó de vicioso, maltratador de mujeres, homófobo, entre otras cosas. Con esas credenciales voy a pedir puesto en el Centro Democrático y competirle tête à tête a Gustavo Rugeles. Este sí denunciado por violencia intrafamiliar, cercano a movimientos nazis y difamador al servicio del uribismo (https://bit.ly/2lPYrcJ).
Entiendo que saliera ese texto apócrifo después de mi columna en contra del candidato del CD en Caldas. Es el modo de obrar de ese partido político y sus socios. Pero con esas mentiras y falsa moralina no me van a intimidar, mucho menos frenar las investigaciones que llevo. “Con mentiras no se hace oposición”, pero en este caso, con las barbaridades que escribieron, más que atacarme me volvieron el sueño húmedo de Álvaro Uribe Vélez y Alejandro Ordóñez Maldonado.
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