Cuenta la historia que el dramaturgo Nöel Coward, durante el bombardeo a Londres por los nazis, se mantuvo impávido y tocando el piano del hotel Savoy mientras el edificio se sacudía por el ataque de la Luftwaffe. La “flema inglesa”, que llaman. De esa misma época (1939) es el famoso cartel emitido por el ministerio del Interior británico que pide a sus ciudadanos que, ante la posibilidad de una invasión alemana a su territorio, mantuvieran la calma y siguieran con su cotidianidad. El “Keep calm and carry on” no vio la luz en ese entonces (y la mayoría se destruyeron por orden gubernamental), pues Hitler no llegó a Inglaterra. Algunas copias se guardaron y, a comienzos de este siglo, alguien lo encontró en medio de unas antigüedades y el mensaje se popularizó. En palabras más adecuadas para este momento: se hizo viral.
Y así es como debemos mantenernos en medio de esta cuarentena del COVID-19: Con calma y manteniendo la compostura ante la adversidad. Procurando llevar esta “cotidianidad” sin dejarse llevar del pánico que puede despertar un gráfico de curva ascendente de contagios por el virus, o por el número de muertos en Italia que ya sobrepasó a la China.
No es fácil, pero si algo hemos aprendido esta semana de encierro es que muchas de esas cosas que creíamos imposibles, son posibles. El teletrabajo, por ejemplo. Día a día invito por un par de horas a mis alumnos al comedor y la sala de mi casa. Y llegan más cumplidos que cuando la clase era presencial. Ahí estoy, un tipo análogo, conectado con 15, 18, 21 jóvenes hablando de periodismo y usando herramientas que, hasta hace ocho días, eran desconocidas para todos.
Así estamos la mayoría, adaptándonos a este momento histórico. Huyendo de algo que no podemos ver y que puso bajo cuatro paredes - de Hong Kong a Neira - a la población mundial.
En medio de todo, al final de esta pandemia debe salir un mundo nuevo. Y, cuando digo “mundo”, me refiero a ciudadanos. Después de esto debería ocurrir un cambio en nuestros valores y los gobiernos reconocer que, ante lo que ellos consideraban “imposible”, hicieron lo posible. Por ejemplo, preocuparse por los ancianos. Una población que se vuelve marginal y un lastre económico para algunos Estados, ahora es la que mayor atención requiere. Ya no se habla de ellos por la carga pensional o las semanas cotizadas, sino en cómo salvarlos. Punto.
Nomás esta mañana escuchaba en la radio un comercial en el que un fondo de pensiones le decía a sus afiliados que el dinero les sería consignado en sus cuentas personales, que ya no tenían que salir a hacer esas largas filas cada mes. Algo que, hasta hace menos de un mes, sería improbable. Igual sucede con los bancos. Hasta hace poco decían que no podían dejar de cobrar por algunos servicios que porque la situación financiera no era la mejor, hoy vemos cómo eliminaron varias de estas tarifas (dependiendo de la entidad bancaria) para favorecer al usuario.
El precio de la gasolina bajó. Los jefes entendieron que tener un empleado calentando silla no es sinónimo de productividad. Que no hay que estar en la calle a toda hora. La mayoría de trámites se pueden hacer vía internet y en muchos lados dejaron de joder por la fotocopia de la cédula al 150%. O sea, predomina la buena fe.
Los héroes ya no son los deportistas que cobran millones de dólares por embocar - muchas veces con suerte - una pelota en un arco, un aro, un tablero o un hoyo cada semana, sino los médicos que salvan vidas día a día. O los anónimos cajeros de supermercado. O los mensajeros que se exponen al salir a la calle. O los que recogen la basura. O quienes limpian nuestros pisos y mesones. Ninguno de ellos - NINGUNO - ganará en toda su vida lo que gana Cristiano Ronaldo (CR7) en un año: 30 millones de euros, unos 133 mil millones de pesos.
Y no debemos dejarnos engañar por la falsa filantropía de millonarios y evasores de impuestos como Amancio Ortega, Bill Gates o el mismo CR7. Son los falsos ídolos de la religión del consumo. Ya lo dijo Federico Engels en La Burguesía Caritativa (1845): “Primero chupan la sangre a los proletarios y luego practican con ellos autocomplaciente filantropía, presentándose ante el mundo como benefactores de la humanidad cuando dan a las víctimas una centésima parte de lo que les pertenece”.
Se necesitaba una plaga casi bíblica para poner las cosas en perspectiva. Mientras tanto, Keep calm and carry on.
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