Colombia no pudo caer más bajo esta semana, porque el culo de Aída Merlano no rompió el piso del andén sobre el que cayó en medio de un fuga cuasi cinematográfica. El escape de la excongresista, condenada a 15 años de prisión por los delitos de concierto para delinquir agravado, corrupción al sufragante y tenencia de armas de fuego, fue uno más de una serie de hechos que en los últimos días nos convirtieron en el hazmerreír del mundo.
Tenemos un presidente que se presenta en la 74ª sesión de la Asamblea General de las Naciones Unidas con un “informe de inteligencia” chimbo sobre campamentos guerrilleros en Venezuela. Un documento con fotos viejas, sacadas de contexto, usadas sin el permiso de quienes las tomaron y con datos falsos. Al verse pillado en la mentira, el Gobierno dice que son “fotos ilustrativas”, no rectifica y, por el contrario, ruedan cabezas de mandos medios y no de quien debería ser el directo responsable, el ministro de Defensa Guillermo Botero.
Por su parte, la vicepresidenta Marta Lucía Ramírez insiste y persiste en mirar la desgracia en Venezuela, mientras que aparecen videos de niños guajiros comiendo basura. Y calla sobre el dólar alcanzando los $3.500 y el desempleo en el 11%, cuando hace un par de años calentaba las redes sociales alegando por el alza de la moneda estadounidense a los $2.300 y porque el desempleo estaba en el 9%.
Los reguetoneros llorando porque no los nominaron al Grammy Latino (acéptenlo, que su música sea popular y llene estadios, no significa que sea buena) y un narrador de fútbol diciendo en plena final de la Liga femenina, que las ganadoras jugaron “como varones”.
Pero fue el caso Merlano el que se llevó la atención. La política barranquillera escapó por la ventana de un consultorio odontológico, donde le hicieron un diseño de sonrisa. La fuga quedó grabada en varias cámaras de seguridad en donde se ve que la señora se saluda y abraza con sus familiares y odontólogos, tiene tiempo de cambiarse de ropa, de esconder lo que parece ser un celular en el brasier, de tirar por la ventana una cinta roja para descolgarse por ella, de caer como fruta podrida a la calle, de levantarse con la ayuda de unos transeúntes, de montarse en una moto que la espera y ponerse el casco ante la inoperancia de un guardia de seguridad que presencia todo pero no reacciona.
Todo mal allí. El año pasado la Contraloría General de la Nación reveló un informe con la “insostenible” realidad carcelaria del país. En este se indica que el 19% de las cárceles colombianas no aseguran el mínimo vital de 15 litros de agua por interno. No hay agua, pero hay para llevar a la interna Merlano a que se haga un diseño de sonrisa.
Al consultorio odontológico donde la atienden entran los hijos de la detenida, el especialista, el dueño del sitio, la asistente del especialista… todos menos la guardiana del Inpec que debía vigilarla. Para colmo de males todo - ¡TODO! - queda grabado en cámaras de seguridad. Solo faltó que Aída Merlano llevara una cámara GoPro en la cabeza para ver en primera persona su golpe. Y, a pesar de que hay evidencias visuales, los abogados insisten en que ninguno de los allí presentes están involucrados en el plan de fuga. Nadie se dio cuenta de la reata roja bajo la mesa. De cómo la fugitiva se cambió de ropa. De cómo la aliada en corrupción de las casas Gerlein y Char abrió la ventana y se escapó.
Ahora todo es chiste y memes, cuando debería darnos vergüenza de esta Colombia. La de la trampa y el chanchullo como el presidente Duque y su informe. La arrogante que no reconoce sus problemas, como la vicepresidenta. La llorona y la machista como Maluma y el Cantante del gol.
Somos Aída Merlano. Somos un país atractivo, voluptuoso y seductor, pero corrupto hasta el tuétano. Somos el país que busca, con un diseño de sonrisa, disfrazar las caries. Somos la torpeza, la caída de culos, en medio de un plan organizado.
Y nuestra clase dirigente es el mototaxista que nos lleva a la ilegalidad.
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