En estos días en los que el gobierno estadounidense amenaza con volver a descertificar a Colombia por el incremento en cultivos ilícitos y producción de cocaína, han entrevistado a analistas, ministros, expresidentes, exguerrilleros, pero no a un adicto.
Al percatarme de esto recordé las palabras de Keith Richards, quien en su libro autobiográfico Life dice que las drogas de hoy “no son como las de antes”. El guitarrista fundador de los Rolling Stones sabe lo que dice. Entre las décadas de los 70 y los 80 del siglo pasado encabezó por diez años consecutivos la lista de posibles celebridades a morir por una sobredosis.
Cuando Richards comenzó a consumir drogas “duras” -tipo cocaína y heroína- estas las conseguía en una farmacia o a través de un médico. En ese entonces eran producidas por farmacéuticas, no en cocinas clandestinas en medio de la selva. Eran productos controlados y regulados, de uso medicinal y, según el veterano rockero y sobreviviente de los excesos, de alta pureza.
Tras la prohibición, la demanda de estos productos cayeron en la ilegalidad y en la baja calidad. Los componentes se alteraron y se volvieron más peligrosos y tóxicos. El mismo Richards lo recuerda al decir que pasaron de conseguir fácilmente rocas cristalinas de coca en la “Swinging London” de finales de los 60, a contrabandear desde México a los Estados Unidos una sustancia marrón -que parecía “arrancada de la suela de un zapato”- gracias a las políticas prohibicionistas del presidente Nixon y la DEA. Una porquería que debía diluir y mezclar con otras drogas para tener el mismo efecto de antes y que cobró la vida de su amigo, el compositor Gram Parsons.
El Data Suplement 2015, elaborado por el gobierno gringo, indica que la cocaína que se consigue en el mercado no alcanza a tener un 40% de benzoilmetilecgonina (denominación común internacional de esta droga recreativa), pues el resto era talco, anestésicos pulverizados y otras cosas. Como el efecto de esta basura es bajo, lo mezclan con otros químicos -como la metanfetamina, producida en EE.UU.- para potenciar sus efectos y aumentar su valor.
El problema no son los cultivos. Que lo diga la empresa Stepan Chemicals de Chicago, que con permiso del Departamento de Justicia de los Estados Unidos le compra al Perú unas 115 toneladas anuales de hoja de coca, para procesarla y extraer componente no-alcaloides que luego son vendidos a la Coca-Cola Company. La sustancia restante, que sería clave para el proceso de la cocaína, se le vende a la farmacéutica Mallinckrodt que la purifica y la comercializa en hospitales, clínicas y, vaya uno a saber, alguna estrella de rock.
El problema tampoco es el consumo. Este es ampliamente promovido en la cultura gringa a través del cine y la TV, como lo expuso la columnista Paola Ochoa en El Tiempo (California, no Colombia: htttp://bit.ly/2haltaE).
El lío es la prohibición y la fracasada lucha contra las drogas. Temas más que analizados y suficientemente documentados con sus muertos y sus cifras. Un modelo en el que unos pocos ganan miles de millones de dólares y el resto del mundo se jode con la represión. Como dijo Keith Richards: “Nunca tuve un problema con las drogas, mis problemas fueron con la policía”.
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