Viene el papa Francisco a Colombia y todo, como dicen en Argentina - tierra natal del pontífice - se vuelve un quilombo. Que días cívicos, que calles cerradas, que misas multitudinarias… todo por la visita del Jefe de Estado del Vaticano. Un desorden que no ocurrió cuando el entonces presidente francés, François Hollande, nos visitó en enero; o la mandataria chilena, Michelle Bachelet, en junio; o el vicepresidente gringo, Mike Pence, hace unas semanas. Presencias, sin duda, mucho más relevantes política y económicamente para el país que la del vicario de Cristo con su gorrito chistoso y sus bendiciones.
Para muchos, la visita de Jorge Bergoglio, nombre real del papa Francisco, es de gran relevancia. Tal vez en lo espiritual, para los católicos, porque si nos vamos a lo fáctico, su presencia no tienen peso.
El sumo pontífice es para las señoras camanduleras y los rezanderos de estampita de la Virgen en la billetera, lo que Mickey Mouse es para un niño de 6 años. Véalo de este modo: ambos viven del cuento de un ser fantástico ideado por la mente humana, necesitan de la imaginación de las personas para sostenerse y expandir su poder, son embajadores de pequeños enclaves en países grandes, visten atuendos ridículos y viajan por el mundo llevando su show. Ahí tenemos que un mes después de la visita de Francisco, llega el ratón gringo con un espectáculo sobre hielo.
Otra cosa que tienen en común es que comparten el mito de un jefe que muere y resucita. ¿O acaso no han escuchado la leyenda urbana de que a Walt Disney lo tienen congelado para revivirlo en el futuro?
Además, peso por peso, Mickey Mouse tiene más impacto y relevancia que el papa en todo el mundo. Disney es una marca reconocida en todo el planeta, cosa que no sucede con su santidad. Un sondeo realizado el año pasado por WIN/Gallup International establece que el oeste de Asia es una región del planeta donde no conocen o no les importa quién es el líder de la Iglesia católica. Por esos lados el famoso ratón construyó parques y resorts en Hong Kong y en Tokio.
El Vaticano abarca 44 hectáreas en el corazón de Roma (Italia), mientras que solo el Walt Disney World Resort, en Orlando (Florida, EE.UU.), se extiende por 12 mil hectáreas. Casi tan grande como la ciudad de San Francisco (California). Faltarían por sumar los lotes de Anaheim, París y Asia.
En ingresos, el Vaticano obtuvo 133 millones de dólares en el 2014, según el reporte anual del Instituto para las Obras de Religión (IOR), mientras que la Disney Company obtuvo un beneficio neto de 4 mil 742 millones de dólares en ese mismo año. Es tan poderoso el mundo del ratón parlante, que hasta tiene su propia moneda (válida para negociar dentro de los parques), cosa que no tiene Francisco en el Estado papal.
En lo que sí gana el Vaticano es en su riqueza cultural. Sus colecciones de arte, arquitectura y bibliotecas alrededor del mundo - aunque incalculable - se tasó en 3 mil 210 millones de euros en el 2014, según la IOR. Pero Disney ha ayudado a formar - para bien o para mal - la cultura de consumo globalizado, y el ratón se usó como imagen para señalar el camino del capitalismo duro y voraz que hoy vivimos.
No tengo nada contra el papa Francisco, pero pensar que su visita cambiará el rumbo del país es ridículo. Si no fue capaz de conciliar entre Santos y Uribe cuando los sentó en su despacho y los regañó como a niños de colegio, dudo que unas cuantas plegarias hagan el milagro de la conciliación en Colombia. Tampoco acabarán la corrupción.
Para esto último parece ser más efectivo Mickey Mouse. Basta con que la embajada estadounidense anuncie que negará y cancelará visas a los políticos y los empresarios investigados por corrupción, para que empiecen a temblar. Porque, ¿con qué cara le dirán a los hijos y los nietos que ya no los podrán llevar a Disney World?
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