Lo anunciaron como “el Concierto de la historia” y, efectivamente, detrás de este evento fallido hay toda una historia. Sucede que este fin de semana largo, con lunes festivo y durante las fiestas de San Juan y San Pedro, se realizaría en Neiva (Huila) un concierto que tendría a Carlos Vives, Don Omar, Silvestre Dangond, Yeison Jiménez y, al parecer, otros cantantes. Según reportaron los organizadores en una emisora esto era un éxito en venta de boletería.
La W Radio, que durante semanas promovió el concierto, sorteó con sus oyentes un premio digno del sueño de nuevo rico: vuelo charter desde su ciudad hasta Neiva, hospedaje en hotel todo incluido y habitación de lujo para usted y siete amigos más, transporte en helicóptero hasta el lugar del evento (para evitar el tráfico), entradas VIP, licor y comidas, sesión de masajes y spa para bajarle al guayabo y paseo al desierto de la Tatacoa para un tour astronómico. Unos $60 millones en dos días. Además, un compromiso comercial inmenso de la emisora con los oyentes.
Tres días antes del recital de vallenato, reguetón y popular, los artistas contratados anunciaron que cancelaban sus presentaciones porque no les cumplieron con los pagos. Luego los organizadores comunican que el concierto se cancelaba. Y los turistas y fans de estos cantantes que se fueron hasta el Huila quedaron viendo un chispero. Ni hablar de quien se ganó el millonario premio de La W.
No es la primera vez que ocurre. Ya Don Omar había cancelado conciertos en Bogotá y Manizales con la boletería vendida. Y las historias de empresarios que cancelan sus eventos a última hora por “problemas contractuales” se están volviendo pan de cada día en Colombia.
Lo anterior evidencia que nuestro país carece de una cultura en organización de eventos. Lo vemos en este caso, en los partidos de fútbol de la Selección Colombia con la reventa de boletería orquestada, incluso, desde la Federación Colombiana de Fútbol, y hasta en los contratos de tonterías como la decoración de unos camperos para el Desfile de las naciones durante la Feria de Manizales. Ahí siempre se mezclan la improvisación, la irresponsabilidad, los incumplimientos y las irregularidades con tufo a estafa y corrupción.
Y nadie responde. O lo hacen treinta años después, como lo hizo este año el recorrido empresario Julio Correal para Vice (https://bit.ly/2IVKZwS) sobre el concierto de Guns n’ Roses en 1992. Hoy la anécdota resulta chistosa, pero en ese momento fue caótico para Bogotá. Hubo vandalismo, heridos y tan mala prensa que al país tardaron muchos años en regresar actos de calidad y relevancia.
EL hilo parece ser el mismo: unos amigos se asocian y buscan unos inversionistas que los apoyen en su idea de hacer un concierto. Estos fulanos buscan a un mengano que dice conocer al empresario de un artista reconocido y comienzan a hacer publicidad y a vender boletas sin tener escenario, infraestructura, permisos, seguros o pólizas… es que sin siquiera avisarle a los artistas que se van a presentar. En el concierto de Neiva, promocionaron a Don Omar sin tener autorización para usar su imagen y con un contrato de dos páginas, cuando este reguetonero (y otros artistas de su talla) usualmente tiene contratos y exigencias que superan la veintena de páginas.
Finalmente, y a pocos días de realizarse el evento (o ese mismo día), todo se cancela. Los organizadores desaparecen y los abogados se acogen a cláusulas de confidencialidad. Los afectados, mientras tanto, buscan defender sus derechos con demandas y tutelas, pero es perseguir fantasmas. Las empresas terminan ser de papel; salidas de la nada. En el caso de Neiva, MK Entertainment es una firma con experiencia en hacer fiestas y está radicada ¡en El Cairo (Egipto)! Y MS Partners eventos S.A.S, la otra involucrada, indica en su razón social que ellos hacen catering para eventos, no conciertos históricos.
Todo se va dilatando hasta que las víctimas desisten. Ganan los organizadores estafadores, que se pierden con el botín. Los intermediarios, que venden las entradas (como TuBoleta) y se quedan con una comisión. Los “prósperos empresarios” (como ahora le dicen a los narcotraficantes), que aprovechan estos eventos - cuanto más alejados de la capital, mejor - para lavar su dinero a través de testaferros. Y, al final, todo termina siendo un histórico concierto para delinquir.
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