El concepto de universidad se ha mantenido en su esencia prácticamente desde la creación en Europa, hace poco más de diez siglos, aunque su misión ha evolucionado para estar acorde con los tiempos. Podemos decir que la universidad ha sostenido una relación dialógica con la sociedad y su entorno. Como resultado, institucionalmente hablando, la universidad nos ha permitido entender las claves de la transformación social, especialmente de la cultura occidental, y con ello los cambios de lo que hoy conocemos como educación superior.
Bolonia y París, cunas de la universidad en la edad media, conservan aún el reconocimiento como centros de arte y conocimiento. A estas ciudades-referente, se han sumado con los años, múltiples y prestigiosos lugares de enseñanza superior, que han ido surgiendo tras fenómenos sociales, políticos y culturales como el renacimiento, la revolución científica y la ilustración. Y ha sido precisamente la universidad la que ha heredado, en gran medida, las responsabilidades generadas por tales movimientos.
Es tal el alcance y la influencia en la humanidad, que entrado el Siglo XXI, la universidad mantiene su vigencia y nos seguimos preguntando sobre su rol en la sociedad. Los centennials y millennials, ciudadanos de un mundo marcado por la digitalización y la hiper-conectividad, constituyen un desafío mayor, que estamos llamados a atender. Es bien sabido por la gran mayoría, los cambios profundos que el universo de la virtualidad ha implicado en materia de hábitos y comportamientos. Producto de esto, vivimos en un mundo cada vez más globalizado, informado y competitivo que, a su vez, demanda la adaptación y respuesta de las instituciones a tales cambios.
La universidad actual entonces, además de ser una institución formadora de formadores, debe responder a las necesidades del medio a través de la investigación y la difusión adecuada del conocimiento. Hay quienes consideran que la misión universitaria debe mantener su esencia como lugar de enseñanza y debate del conocimiento universal. En ello, estamos de acuerdo, siempre y cuando, a través de la praxis académica, estemos atendiendo de manera efectiva las necesidades de un mundo que cambió y que continúa cambiando de manera acelerada.
Es de anotar que, en Colombia, aún estamos a la espera de un modelo universitario acorde con las necesidades de la época. Nuestro país demanda instituciones de educación superior que estén a la altura de los desafíos regionales y nacionales. La industria, el comercio, la banca y el sector productivo en general reclaman una educación superior moderna y acorde con los tiempos.
Desde la Universidad de Caldas nos movilizamos en este sentido. Consideramos clave la reunión de esfuerzos de la academia, las autoridades y el sector privado en pro de objetivos que nos permitan impulsar un modelo educativo que sea motor del desarrollo regional. Esto, podrá lograrse bajo un proyecto universitario que responda a los desafíos actuales de la sociedad y no desde un enfoque meramente educativo.
Los intentos de reforma en la educación superior colombiana han favorecido, la mayoría de las veces, los objetivos educativos sobre los propósitos científicos, relegándose de paso la calidad de la educación. La universidad colombiana está en mora de definir su rol en educación y en investigación, y ante todo, su compromiso con la sociedad y el desarrollo regional. La transformación de la educación superior nos espera. Asumámoslo.
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