No quedan dudas de que estamos ante una emergencia climática, esfuerzos como la Agenda 2030 de los Objetivos de Desarrollo Sostenible, el Acuerdo de París o las Cumbres Climáticas demuestran el compromiso de los gobiernos con la lucha contra el cambio climático. Sin embargo, la respuesta a esta amenaza a largo plazo parece haberse congelado para reaccionar ante una amenaza más urgente: Una pandemia de un virus desconocido con la capacidad de desestabilizar la seguridad y la economía mundial.
El mundo no estaba preparado para una pandemia causada por un patógeno respiratorio virulento que se propaga con rapidez, al tiempo los gobiernos, los científicos, la salud pública, los sistemas sanitarios y los profesionales de la salud se enfrentaban a una quiebra en la confianza pública que amenazaba su capacidad para actuar de forma eficaz. A los ojos de millones de personas en todo el planeta la pandemia por COVID-19 tomó al mundo por sorpresa.
Pero no fue así, la comunidad científica lleva años lanzando esta alerta, según la WWF es evidente la relación directa que existe entre la emergencia climática y el aumento de pandemias. Es importante entender que la pérdida de biodiversidad actúa como catalizador para la expansión de virus y enfermedades infecciosas. La razón es que la diversidad de animales y plantas funciona como un escudo protector. Muchas especies actúan como huéspedes de virus que ni siquiera conocemos aún. Si disminuimos esta diversidad y destruimos ecosistemas, facilitamos que dichos virus pasen a los seres humanos. De hecho, la OMS estima que el 75% de las enfermedades nuevas emergentes que infectan a las personas provienen de animales.
Y es ahí donde empezamos a entender que no podemos elegir entre una crisis o la otra, si ahora estamos sufriendo la amenaza de este virus es en parte debido a que hemos debilitado los ecosistemas que nos protegen. Por tanto es indispensable, dar cumplimiento a todos los acuerdos propuestos para el 2030. A diferencia del cambio climático, el COVID-19 es una crisis aguda: empezó súbitamente, se desarrolla rápido y ha tenido respuestas inmediatas. La crisis climática, en cambio, es crónica, lleva muchos años y seguirá por muchos más, con el desafortunado efecto de que vamos normalizando sus consecuencias.
En este momento estamos en riesgo de que algunas de las medidas de respuesta a la pandemia y la reactivación económica vayan en contravía de metas climáticas que son fundamentales alcanzar si no queremos agravar o multiplicar las crisis. Grandes países han planteado paquetes de recuperación económica “verde” que debemos considerar pero para países como Colombia es indispensable involucrar la justicia social, resiliencia y diversificación económica, lo que incluye también prioridades ambientales que aún no sabemos cómo enfrentar, es evidente la reducción en la prospectiva de crecimiento del PIB, un aumento en el desempleo y un incremento de la vulnerabilidad de las poblaciones en pobreza extrema. Por ello, el gobierno debe implementar medidas para amortiguar los efectos socioeconómicos de la pandemia y reactivar su economía. Para enfrentar la emergencia del cambio climático y repensar la recuperación post COVID es urgente avanzar hacia un nuevo estilo de desarrollo más sostenible e igualitario. Es indispensable conectar las crisis, establecer estilos de desarrollo alineado con la Agenda 2030, es urgente un estado de bienestar en una nueva ecuación con el mercado y la sociedad. Se requieren estrategias sostenidas en el tiempo.
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