Hasta este viernes la crisis del coronavirus había cobrado 29 muertos en Colombia: 6 fallecidos por la enfermedad y 23 presos muertos en la Cárcel Modelo de Bogotá, en disturbios que dejaron 83 heridos y que se originaron por la cancelación de visitas a los internos.
Un tercio de los habitantes del planeta llevamos las dos últimas semanas encerrados en cuarentena, anhelando la libertad con la que ahora se mueven los animales: en Santa Marta y Cartagena vieron delfines, en Bogotá grabaron a un zorro en un conjunto cerrado, en las calles de Neiva una zarigüeya caminó con sus crías y en Santiago de Chile un puma causó conmoción. En Manizales  Corpocaldas recibió llamadas de gente que vio osos hormigueros y perezosos.
Los animales recuperan espacios perdidos mientras el Coronavirus arrincona a los humanos. Este encierro lleno de comodidades me ha hecho pensar otra vez en lo anacrónico que es el castigo físico de la prisión. No tengo la fórmula mágica para el sustituto de la cárcel, pero así como se abolieron la pena de muerte, el cepo, el potro, la pena de destierro y la esclavitud, anhelo el momento en que se elimine el castigo físico de la cárcel y se avance en penas alternativas que apunten a una verdadera resocialización.
En estos días de encierro circulan fotos de atardeceres, de montañas, del verde que algunos ven desde sus casas. En la cuarentena el mundo se expande por las ventanas de nuestras viviendas y también por ventanas virtuales. Los reclusos no tienen ni lo uno ni lo otro: ni pantallas ni vista al exterior desde sus celdas.
En pocas semanas terminaremos nuestra cuarentena, pero 121.550 reclusos seguirán entre cuatro paredes. Ojalá este encierro nos hiciera más sensibles ante su situación, pero sospecho que no.