En junio de 1998 entrevisté para El Espectador a Gustavo Robledo Isaza, promotor del puerto de Tribugá. Me dijo: “Tribugá es una necesidad prioritaria para el país si se quiere evitar el apagón portuario que se presentará dentro de 4 o 5 años, porque Buenaventura no va a dar abasto, así le amplíen su capacidad”.
No hubo apagón y hoy Buenaventura funciona a la mitad de su capacidad. Sin embargo el gobierno nacional, aupado por paisanos nuestros, resucitó en el Plan de Desarrollo la idea ya enterrada de construir el Puerto de Tribugá, 200 kms al norte de Buenaventura, contra toda lógica ambiental y económica.
¿Cuánto vale el embeleco? Un editorial de El País de Cali (https://www.elpais.com.co/opinion/editorial/revive-tribuga.html) calcula que $5 billones. Los promotores estiman que “apenas” $790.000 millones. Mucha plata para un puerto en Nuquí, en el Pacífico chocoano, que no tiene acceso terrestre y necesita para ser viable una carretera que corte la selva.
Por años los gobiernos locales del Eje Cafetero invirtieron plata (o botaron, según se mire) en Arquímedes, una sociedad de economía mixta que promueve Tribugá. La idea naufragó cuando los antioqueños lograron aval para Puerto Antioquia, en Urabá, y se ahogó por la falta de licencia ambiental. Desde 2014 se aprobó el Distrito Regional de Manejo Integrado Golfo de Tribugá-Cabo Corrientes, que protege la biodiversidad que hay allí: 35.000 especies de plantas, 1.400 especies animales, la ruta de migración de las ballenas jorobadas, manglares y pesca artesanal que defienden los lugareños, los primeros en oponerse al puerto.
Tribugá era un muerto que este gobierno revivió. Hoy es un zombi que puede matar un inmenso ecosistema. Llevamos más de 30 años botando corriente con esta idea innecesaria y costosa, pero útil para prometer espejismos en años electorales. Me recuerda a Aerocafé.
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