Era martes por la mañana. Mi papá estaba ese día en Medellín y yo estudiaba en Bogotá. Mi mamá salió a mercar con mi hermanita. Mi hermano de 15 años contestó la llamada de la policía. Le dijeron que Gustavo Adolfo, mi otro hermano, se quería suicidar. Corrió a buscar ayuda con una tía que vivía a la vuelta de la casa. En esas llegó mi mamá y en el mismo taxi salieron hacia el sitio que les indicaron. Iban llegando cuando se cruzaron con una ambulancia. Mi mamá preguntó y le respondieron: “el joven falleció”.
El 30 de enero de 1996 mi familia se partió en dos. Mi hermano tenía 18 años, acababa de prestar servicio militar y estaba a una semana de empezar veterinaria en la Universidad de Caldas. Su suicidio sacudió todo lo que alguna vez fuimos. Nunca pensamos que una tragedia así pudiera pasarnos y ese día entendimos que el suicidio le ocurre a cualquier hogar. Ahora, cuando me entero de nuevos casos, pienso en la conmoción de los allegados, en ese shock que le hace a uno repetirse mentalmente “esto no nos puede estar pasando”.
Piedad Bonnett escribió “Lo que no tiene nombre” sobre el suicidio de su hijo, el artista Daniel Segura. Allí dice: “en el corazón del suicidio, aun en los casos en que se deja una carta aclaratoria, hay siempre un misterio, un agujero negro de incertidumbre alrededor del cual, como mariposas enloquecidas, revolotean las preguntas”. Luego reitera: “Todo suicidio encierra un mensaje para los que se dejan atrás”.
Hace dos semanas se suicidó Andrea. Tenía mi edad y la conocí hace años. Envió todas las señales de alerta, pero fue imposible atajarla. Diez días antes fue internarse en la Clínica San Juan de Dios, pero no la recibieron por no tener autorización de la EPS y porque el régimen subsidiado va a Funpaz. Le estaban ayudando con el papeleo, pero ella se adelantó.
Quizás con Andrea o Gustavo Adolfo ocurrió lo que describe Piedad sobre su hijo Daniel: “ningún amor es útil para aquel que ha decidido matarse. En el momento definitivo, el suicida sólo debe pensar en sí mismo para no perder la fuerza”.
Según Albert Camus “no hay más que un problema filosófico verdaderamente serio, y ese es el suicidio”. Luego de una muerte así solo quedan interrogantes: ¿qué hace uno con todo el amor que el suicida no quiso recibir? ¿Cómo sobrevivir a ese duelo? ¿cómo leer el suicidio desde perspectivas distintas al acto de valentía o cobardía? Toma años despojarse de culpas y dejar de imaginar ¿qué habría ocurrido si yo hubiera...? En esos puntos suspensivos caben todas las variaciones del pasado que la mente construye ante un presente tan desgarrador.
El dolor sería más llevadero sin tanto tabú. “La noticia de que se trató de un suicidio hace que muchos bajen la voz, como si estuvieran oyendo hablar de un delito o de un pecado”, dice Bonnett. Es necesario dejar de estigmatizar a los suicidas y hablar de este fenómeno multicausal, pero con responsabilidad. La Organización Mundial de la Salud (OMS) recomienda no identificar el lugar ni el método usado, pero esto lo incumplen no solo algunos medios sino también usuarios de redes sociales, que replican fotos, videos y detalles, como si se tratara de un espectáculo y no del doloroso derrumbe de una familia.
En este año van 45 suicidios en Caldas, 26 en Manizales. Somos la región con más suicidios en el país. 23 psiquiatras enviaron hace días una carta al gobernador, al alcalde, al Concejo y la Asamblea con propuestas para actuar ya. Dicen: “Vemos con preocupación que las acciones gubernamentales locales no se corresponden proporcionalmente con la gravedad de la situación” y agregan que la OMS y MinSalud han propuesto estrategias “que no se han desarrollado de forma juiciosa en la región” y “lastimosamente Manizales aún no ha decidido implementar”.
No sé las cifras de suicidios en 1996 ni me importan. Para mí ese año solo hubo uno: el de mi hermano. Quisiera que nadie pasara por esa tragedia y por eso aspiro a que las autoridades hagan todo lo que recomiendan los psiquiatras; que las citas de salud mental se asignen con la urgencia de un infarto; que la prevención no se limite a ofrecer hablar por teléfono con un desconocido, y que si alguien se suicida se entienda que los dolientes son sobrevivientes que necesitan atención inmediata y prolongada.
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