Giordano Bruno es uno de los personajes de la humanidad que más me atrae. Fue un monje italiano del siglo XVI, ávido lector y escritor, que planteó que el sol era solo una estrella más entre las miles del universo. Su problema no fue que estuviera seguro del error de considerar que el sol giraba alrededor de la tierra: su problema fue decirlo en público. Quienes lo oyeron no quisieron escuchar sus argumentos o no estaban listos para entenderlos. Por tener el valor de expresar sus ideas, Bruno permaneció ocho años en prisión antes de que la Santa Inquisición le inmovilizara su lengua con una prensa de madera y lo quemara vivo.
Hoy sabemos que Bruno tenía razón, pero en 1600, cuando murió, sus afirmaciones eran herejía. ¿Debió callar para salvarse? Si hubiese guardado silencio habría muerto en su cama y su nombre estaría borrado ¿Es útil ser héroe? ¿Vale la pena hablar si con ello se pone en riesgo la vida? Quizás antes de Bruno hubo otros que pensaron que el sol era una estrella más y callaron su intuición. Bruno observó, habló, lo mataron y su verdad persiste hoy.
Bruno me genera preguntas sobre el derecho a expresar las ideas originales y la libertad para pensar distinto. ¿Qué ideas que hoy damos por ciertas estarán revaluadas en algunos siglos? ¿Quiénes son las voces solitarias que hoy van a contracorriente, ponen en riesgo su vida y carecen de interlocutor? ¿Cómo se construye el diálogo público desde el saber, el conocimiento, y no desde el dogma? ¿Cómo distinguir los datos y hechos de las opiniones, la fe o la creencia? ¿Quiénes son los Giordano Bruno de este siglo XXI, que mueren por defender sus ideas? ¿Cómo narramos sus vidas y sus muertes? Así como hoy me estremece imaginar la muerte de Bruno en la hoguera, en algunos años otras generaciones se conmoverán por el silencio o la indolencia de la sociedad actual, que permite la violencia contra el cuerpo y la mente de otros seres humanos.
En 1992 el papa Juan Pablo II admitió públicamente que la Iglesia Católica se equivocó al condenar a Galileo Galilei en 1633. El arrepentimiento tardó 359 años, pero sirvió para que en 2000 el cardenal Paul Poupard pidiera perdón por las torturas a Bruno ocurridas cuatro siglos atrás. Veo en esos tardíos actos de perdón el antecedente de la carta que se conoció hace unos días, en el marco de la celebración de los 200 años de la independencia mexicana, en la que el papa Francisco escribió: “En diversas ocasiones, tantos mis antecesores como yo mismo, hemos pedido perdón por los pecados personales y sociales, por todas las acciones u omisiones que no contribuyeron a la evangelización”.
Lástima no estar vivos dentro de algunos siglos para saber sobre qué estará pidiendo perdón la Iglesia del futuro por los hechos del presente, pero se me ocurren ideas. Por ejemplo, esta mañana Martha Sepúlveda, paciente de esclerosis múltiple, se convirtiría en la primera colombiana que sin ser enferma terminal ejerció el derecho constitucional a la eutanasia (Cancelan eutanasia de Martha Sepúlveda horas antes de que se la practicaran). Martha contó públicamente las razones de su decisión y esto provocó que la Conferencia Episcopal, a través de la televisión nacional, la invitara a una misa para reflexionar porque “la verdadera respuesta, ante el dolor, no puede ser dar la muerte”. Se lo dijo a una católica convencida que desde su autonomía y racionalidad explicó a quien quiso oírla: “Dios es mi padre y los padres no quieren que los hijos sufran”.
El viernes envié mi columna a @lapatriacom pensando que hoy sería la eutanasia de Martha Sepúlveda. Ayer supe que cancelaron el procedimiento y esa decisión cruel le da una nueva luz a lo que escribí: "La imposición violenta de un sentimiento religioso". https://t.co/tTOPOVBaQw pic.twitter.com/RjcHfEJq0o
— Adriana Villegas Botero (@Adrivillegas) October 10, 2021
A propósito de la carta papal sobre México, esta semana leí un artículo del poeta andaluz Luis García Montero, escrito “para agradecerle al papa Francisco sus palabras contra la imposición violenta de un sentimiento religioso”. Está muy bien el revisionismo histórico del Vaticano sobre hechos ocurridos hace siglos, que reconoce las injusticias cometidas contra Galileo Galilei, Giordano Bruno, los indígenas y otras víctimas, pero sería útil que ese espíritu autocrítico alcanzara para los tiempos contemporáneos, porque el dogma religioso se sigue imponiendo sobre cuerpos y mentes que piensan distinto. Me refiero a la eutanasia y el aborto, entre otros asuntos.
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