El martes de esta semana cayó un aguacero tremendo con granizo incluido y yo volví a pensar que qué tal que un diluvio de esos tumbe un edificio muy querido para mí.
No hablo del edificio Shalom de la Avenida Santander, que según LA PATRIA ya empezó a caerse a pedacitos, sino de otro más viejo, más importante, más grande: la Juan XXIII.
Leí que la Concentración Juan XXIII es el edificio en bahareque más grande del mundo. No sé si se trata de una exageración paisa. Me basta con que sea el más grande de su cuadra, o ni siquiera el más grande: el más bello. Sus muros blancos, los detalles de madera en sus ventanas, las tejas, las barandas, los tres patios interiores... todo es bonito allí.
No todos los lectores conocen las chambranas y patios que menciono porque uno de mis edificios favoritos va a cumplir una década clausurado. Yo lo recuerdo bien porque mi abuelita vivió en la calle 37, a dos cuadras de allí, y entonces pasé muchas veces por ese lugar, pero además en una ocasión nos llevaron del colegio a una actividad con los niños de la Juan XXIII y la memoria de jugar y correr en ese espacio blanco, iluminado y amplio aún me acompaña.
Dice Wikipedia, porque el edificio tiene página en Wikipedia, que lo construyeron entre 1912 y 1915 y que se trata de una edificación de influencia neoclásica hecha con bahareque encementado y laminado. El Plan Especial de Manejo y Protección de este patrimonio, contratado por Mincultura y publicado en 2014, detalla el valor arquitectónico de esta joya: para hacerlo usaron maderas nativas como chanul y guadua, y destaca sus patios y “recintos internos enchapados a manera de zócalos en tablazones de madera aserrada o labrada; zócalos internos, revestimientos de columnas y cielorrasos pintados con colores pastel verde y azul”.
Desde su nacimiento este edificio tuvo vocación educativa. Albergó al Instituto Universitario y luego a las facultades de Bellas Artes, Agronomía y Veterinaria, Medicina, Derecho, Lenguas Modernas, Filosofía y Letras y Economía del hogar. Entre sus muros estudiaron Silvio Villegas, Fernando Londoño Londoño, Gilberto Alzate Avendaño y Gilberto Vieria, por mencionar solo algunos.
En 1964, cuando los universitarios se trasladaron para otra sede, empezó a funcionar allí la Concentración Escolar Juan XXIII y luego el colegio Alfonso López Pumarejo. En enero de 2005 lo declararon bien de interés cultural nacional y desde 2010 está deshabitado y a la espera de recursos para su reparación.
Los arquitectos que reconstruyeron esta historia en el informe pagado por Mincultura también escribieron: “Si la edificación ha respondido con la configuración estructural, técnica y material durante 100 años a las exigencias de uso, el principal problema actual está relacionado con el abandono de la edificación”. Pues bien, han pasado 6 años desde su advertencia y el edificio sigue igual: deshabitado.
Afortunadamente es un bien de interés cultural porque entonces no lo pueden tumbar. Me imagino que ese lote del municipio, de más de 4.500 metros cuadrados, tan estratégicamente ubicado al frente del Fundadores y en el nacimiento de las avenidas Santander y Paralela, debe tener más de un interesado esperando que un día se caiga la estructura de bahareque para poder proponerle al Concejo cambiar un articulito y construir ahí una mole de cemento con vista al Nevado. Me imagino hasta el render.
Debería ser prioridad de nuestro paisaje cultural cafetero cuidar este patrimonio. Allí podría hacerse un centro cultural que aloje al Museo de Caldas, la biblioteca, el archivo y la banda del municipio. Una vez vi un proyecto que incluía auditorio. Hacerlo costaba $14.000 millones, de los cuales la Alcaldía de Manizales ponía la mitad y el resto lo ponía MinCultura.
¿Y por qué hablo de este edificio esta semana? Ya dije: porque un aguacero me recordó que este edificio sigue ahí, deteriorándose. Pero también porque en estos días están armando el plan de desarrollo para los próximos cuatro años y ese documento permite traducir en recursos contantes y sonantes la voluntad política de recuperar el inmueble. Porque nadie ha dicho que sería bueno tumbarlo, pero hasta hoy nadie ha puesto la plata para volverlo a usar.
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