Hace dos meses Gustavo Petro presentó una incapacidad psiquiátrica para excusarse de ir a la Corte Suprema. Un trámite de rutina, como la incapacidad por amigdalitis o migraña, se convirtió en todo un debate: lo tildaron de demente, enajenado e interdicto. Para sus detractores la excusa resultó equiparable a “Petro admitió que no está en capacidad de gobernar” o “Petro está loco”.
No exagero. De ese tamaño es el prejuicio sobre la salud mental. La gente pide permisos laborales para ir a una radiografía, un examen de sangre o llevar a los hijos al pediatra. Si la cita es con el cardiólogo el jefe pone cara de preocupación, pregunta cómo salió todo y recomienda cuidarse. Pero si la persona tiene ansiedad, un trastorno afectivo bipolar o demasiado estrés, se minimiza el problema: no se actúa con la misma velocidad frente a un diagnóstico de cáncer que ante uno de depresión, aunque ambos puedan llevar a la muerte si no se tratan a tiempo.
El Estudio Nacional de Salud Mental de 2018 dice que en Colombia el 40,1% de la población sufre algún trastorno mental al menos una vez en la vida. El 4,7% de los colombianos tiene depresión, dos de cada 100 padecen trastorno afectivo bipolar y de esos el 25% son niños y adolescentes. El panorama local es peor: Caldas tiene el porcentaje más alto del país de personas hospitalizadas por trastornos mentales y Manizales Cómo Vamos advierte desde hace años que esta ciudad puntea en suicidios.
¿Y ante este panorama tan grave qué hacemos? Me parece que poco. Buena parte del país necesita sentarse en el diván pero todavía muchos creen que las únicas enfermedades son las físicas y lo demás es flojera o gadejo: ganas de joder.
En Buenos Aires ir al psicoanalista es una costumbre tan cotidiana que se calcula que 1 de cada 3 porteños lo ha hecho. En Colombia el mismo Estudio Nacional de Salud Mental indica que sumadas todas las atenciones durante 2017, desde adicciones hasta esquizofrenias, los beneficiados fueron 2,5 millones de personas, o sea 1 de cada 20 colombianos. En 2009 la cifra fue de 1 entre 40.
Buena parte de los atendidos son niños y adolescentes. Los papás los llevan al psicólogo porque los ven rebeldes, consumen drogas o son hiperactivos. Está muy bien que busquen ayuda. El problema es que los papás no van. De hecho van un poco más las mamás, aunque tampoco mucho, y lo hacen de forma discreta, casi en secreto, como si fuera una visita al ginecólogo.
Hay empresas grandes que en su sede tienen médico permanente pero no psicólogo. Las citas a través de las EPS son contadas y muy espaciadas. Ir al psicólogo cuesta dinero, pero creo que el principal problema para acceder a los servicios de salud mental no está en la oferta (aunque también) sino en el tabú alrededor de la consulta. La gente habla sobre cómo se cuida con dietas y ejercicio, pero hay vergüenza al contar que cuida su salud mental yendo al terapeuta.
Tengo amigos que dicen que no necesitan psicólogo aunque sus acciones o sus vidas me dejen dudas. Yo en cambio me siento motivada cada vez que llega el momento de ir a mi consulta psicológica. Como otros, empecé por una situación puntual, pero al abrir la caja de pandora surgieron otros temas. El trabajo con la psicóloga me ha servido para conocerme mejor, reconciliarme y aprender a valorar el amor propio y el autocuidado. Yo era de las que decía que la mejor terapia era hacer un viaje o ir a la peluquería. Aprendí que eso era hacerme la loca con mis problemas: una forma de evadir asuntos importantes. Así como una caries requiere un odontólogo de urgencia, un duelo o una crisis emocional también exigen ayuda profesional. Lo bueno es que superada la crisis la terapia puede continuar, porque nadie termina de conocerse a sí mismo y siempre hay aspectos por mejorar. Me reconozco como una mujer frágil, imperfecta, llena de incertidumbres e inseguridades y en ese sentido la charla periódica con la psicóloga es un regalo que me doy, un spa para mi emocionalidad, un tiempo de calidad que dedico para mí, una pausa en medio del vértigo en el que vivimos.
Voy al psicólogo y no estoy loca. Si alguien me dice “loca” por ir a terapia, allí he aprendido a recibir esos comentarios sin afectarme. Y también a buscar un poco más de locura en la cotidianidad.
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