Sobre la decisión de continuar con colegios virtuales el resto del año escuché explicaciones del secretario de educación, el presidente de Educal, directivos de las asociaciones de colegios y rectores, todos ellos con argumentos muy interesantes. A las que no oí fue a las mujeres: las profes de preescolar que se quedaron sin alumnos, las cocineras de restaurantes escolares que están desempleadas, o mamás como yo, que hacemos maromas para tener vida laboral con los niños en casa.
La falta de enfoque de género en esta discusión no es fortuita. Por ello recomiendo dos libros recientes, sencillos y breves que leí en esta cuarentena y que sirven para pensar el feminismo de la vida cotidiana: “¿Será que soy feminista?” de Alma Guillermoprieto, y “Como hombres”, de Ana María Mesa. Las dos autoras mencionan a precursoras del feminismo, como Simone de Beauvoir, Virginia Woolf, Germaine Greer o Andrea Dworkin, pero lo hacen para evidenciar que al feminismo se llega por muchas rutas y la teoría no es la más común.
Escribe Ana María Mesa: “Es bueno tener contexto académico universal pero también es bueno conversar sobre las prácticas feministas de todos los días (...) Fue conversando con mujeres cercanas que entendí de qué iba todo esto. El feminismo sucede en ámbitos públicos y políticos, pero ahora mismo sucede sobre todo en el cuerpo femenino y ocurre para liberarlo”.
A una conclusión parecida llega Alma Guillermoprieto, quien se pregunta: “¿El feminismo es una forma de ver el mundo, una práctica cotidiana o una militancia?”. Advierte que ella no es activista ni milita en nada y no le interesan las discusiones teóricas entre corrientes feministas, pero sí asuntos como si las mujeres pueden abortar, si trabajan y tienen salario justo; las historias de las líderes, las que sufren violencia sexual y las asesinadas.
Con la agudeza analítica que ha mostrado en otras obras, Guillermoprieto recuerda que en la Revolución Sandinista le oyó decir al cura nicaragüense Miguel d’Escoto que lo que la Iglesia Católica tenía para aportarle a la izquierda revolucionaria era su gran experiencia con el sectarismo. Lo menciona para alertar que si la Iglesia y la izquierda han sido sectarias, el feminismo tiene ahí su gran riesgo. Por eso me parecen valiosas estas propuestas para leer el rol de las mujeres y las nuevas masculinidades desde nuestras vidas mundanas. Las discusiones sobre los matices de cada corriente pueden ser muy elaboradas, pero los avances en la equidad de género no se evidencian ahí, sino en gestos simples como quien lava los baños o quien puede sentarse con tranquilidad y sin compañía en la barra de un bar.
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