No hay enemigo pequeño
Señor director:
La mayoría de los seres humanos, consideramos equívocamente que nuestro antropocentrismo resuelve todo creyéndonos los reyes del universo. Sin embargo, esa supuesta supremacía se nos disuelve cuando nos pica un zancudo y nos hace una roncha si se infecta o puede convertirse en un gran problema de salud, como ocurre con el anófeles cuya hembra nos pude transmitir el paludismo. Una diminuta hormiga, causa mucho escozor cuando pincha nuestra piel y si son muchas, nos puede causar la muerte. O si no, vasta repasar el texto de las tambochas en la Vorágine.
Es el caso de los virus que son los agentes transmisores de las enfermedades contagiosas, y que tanto daño causan a la salud colocando a los seres humanos en una situación de indefensión y de total anonadamiento, a pesar de su aparente invulnerabilidad y superioridad en el mundo de vivientes.
Vivir para aprender, vivir para experimentar, vivir como para no creer que un “simple virus” se convierte en el terror de los seres más inteligentes y prepotentes del planeta.
Que un “simple virus” desafíe la ciencia con todos sus avances y ponga en jaque las leyes de la sociedad como lo son las relaciones interpersonales que son connaturales a los seres humanos como expresión de convivencia y de trabajo en equipo y de progreso.
Que un “simple virus” haga esconder a los humanos con restricciones y condicionamientos que coartan la libertad y la libre locomoción como algo que es elemental para el ser humano.
Que un “simple virus” nos haya reducido a cuatro paredes, limitando la capacidad de acción, la capacidad de trabajo, golpeando con tanta saña la economía y convirtiendo a muchos seres humanos en pordioseros en contra de su voluntad y de su dignidad.
Que un “simple virus” haya puesto a la ciencia a pensar y a experimentar para descubrir una vacuna que contrarreste los efectos mortales de este enemigo pequeño, que cambió el mundo de los humanos de la noche a la mañana.
Que un “simple virus” haya transformado las relaciones sociales a tal extremo que haya creado hábitos de aislamiento y de virtualidad sobre la presencialidad.
Que un “simple virus” haya llenado de cruces nuestros cementerios y de pesadumbre con mares de lágrimas en los ojos de muchos de sus familiares y amigos.
Que un “simple virus” nos haya dado tantas lecciones y se haya convertido en gran maestro universal de valores y actitudes, obligándonos a reconocer que somos vulnerables y que la supuesta grandeza queda reducida a resignada aceptación de que somos limitados, finitos y mortales.
Elceario de J. Arias Aristizábal
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