Ciclovía por la Santander
Señor director:
Los problemas son para resolverlos, no para agravarlos, y eso fue lo que pasó con la ciclovía, empeoró el transporte vehicular y puso en mucho riesgo a los ciclistas.
El ciclista tiene que cruzar los dos carriles de automóviles para entrar a la ciclovía, se cruza con los automóviles en los diferentes cruces de semáforos y nuevamente se cruza al salirse de la ciclovía, con alto riesgo de ser atropellados.
Si por algún motivo se cae el ciclista, se golpea con un muro de cemento y muy posiblemente rebote y caiga a la vía, con altas posibilidades de ser pisado por un vehículo.
Cuando un ciclista pasa a otro ciclista invade la vía de automóviles, lo mismo que un carro cuando se pasa a otro o una buseta tiene que invadir el carril de las bicicletas.
Muchos ciclistas no cumplen con el semáforo.
¿Será que ese ancho de ciclovía sí cumple con el POT?
Se sacrificó movilidad vehicular a carril y medio, poniendo en grave riesgo a los ciclistas.
¿Quién controla estas alcaldadas abusivas y peligrosas aprovechándose de la pandemia?
Carlos A Giraldo
Llamado a la reflexión
Señor director:
El asesinato del afroamericano George Floyd a manos de un policía, en Mineápolis, Estados Unidos, el pasado 25 de mayo, ha desatado una serie de protestas en contra del racismo y nuevamente enciende las alarmas sobre las muchas desigualdades relacionadas con las comunidades negras en todo el orbe. El estado de indefensión a que fue sometido por el criminal vestido de legalidad y las palabras que pronunció en su estado agónico despertaron dolor, indignación, rabia e impotencia en la gente de bien.
Este lamentable episodio se suma a los incontables atentados en contra de la integridad y vida de aquellos seres humanos que por su color de piel, por el credo que profesan, por su pensamiento ideológico y político, por su inclinación sexual, por su edad e inocencia, por su nacionalidad, por su papel de liderazgo en defensa de las comunidades más vulnerables y de las minorías, entre muchas otras causas, han sido sometidos a la intimidación, al despojo de sus propiedades, al desplazamiento, a la tortura, a la violación y a la muerte.
Los magnicidios de John F. Kennedy, Abraham Lincoln, Mahatma Gandhi, Luis Carlos Galán, por mencionar solo algunos mártires, los privaron de cristalizar sus sueños y de entregarnos unas sociedades más justas y solidarias. Un destino funesto arrastró a estos apóstoles de la no violencia hasta la muerte a manos de mentes mezquinas. Detrás de estos actos de barbarie están algunas órdenes secretas como, por ejemplo, la masonería, los Ilumninate y el Ku-Klux-Klan. Estas órdenes han cumplido un papel protagónico desde tiempos remotos, se resisten a desaparecer y renacen de las cenizas. Por eso extienden su brazo armado en inhumanos líderes mundiales quienes, apoyados en su discurso xenofóbico, racista, antisocialista y religioso, imponen su régimen.
Lo más preocupante es que actos abominables como los señalados se repiten con regularidad y han logrado que, casi sin darnos cuenta, nos volvamos insensibles. ¿Cómo doblegar la cabeza ante la irracionalidad del ser humano que no respeta la libertad, los bienes y la vida de sus hermanos? Casos como el niño que es atado de pies y manos y luego abandonado en su humilde vivienda, el abuso sexual de la niña embera por siete militares cuya misión debió ser velar por su integridad, la amenaza a un médico intensivista que arriesga su vida para rescatar a sus pacientes de la muerte, el asesinato sistemático de líderes sociales, y el maltrato a niños, niñas, mujeres y ancianos nos tienen que llamar a la reflexión.
Hoy las redes sociales se han convertido en nuestras aliadas. Gracias a ellas conocemos atentados contra la integridad mental, espiritual y física de los seres vivos y la naturaleza que antes permanecían en la impunidad. Su uso responsable debe ser nuestra herramienta para denunciar todo hecho delictivo y así convertirnos en un movimiento que minimice el irrespeto del hombre por el hombre.
Orlando Salgado Ramírez
Pausa ignaciana
Señor director:
Cuánto tiempo puede pasar en el que dos personas no se hablan porque tuvieron una dificultad, un malentendido, una discrepancia, una ofensa. De hecho pasan hasta años. Esas dos personas son madre e hijo; hermanos; familiares, amigos, colegas. Se vienen a mi mente cuando los identifico porque pertenecen al mundo de mi realidad relacional. Conversé con una madre; sé de dos hermanos; recuerdo varios colegas. “Que el sol no se esconda y te encuentre con una relación perdida o maltratada por la incapacidad triste de no saber pedir perdón o de no saber dar perdón. No esperes; toma la iniciativa”. Entonces ahí llega la práctica de “la pausa Ignaciana”. La enseñó San Ignacio de Loyola y se aprende en sus ejercicios espirituales: “es reconocer el paso de Dios, cada día en mi vida, para más amarlo y servirle; a su vez, es ir confrontando conmigo mismo si estoy realizando la voluntad de Dios o la mía”.
Se hace en breves minutos, por la noche, antes de dormirse. Invoco la presencia de Dios con serenidad y optimismo. Doy gracias por todo lo bueno ocurrido en mi día: la felicitación que recibí, la alegría de a quien serví, la voz de mi madre que llamó, el detalle del cónyuge, el te quiero de un hijo, la carta que llegó, la invitación que me alegró. Doy gracias. Luego, ¿qué hice mal? Me enfurecí con un compañero, traté a la ligera a un cliente, me dio rabia que nadie dijera nada, me está sonando una mala propuesta, fui indiferente con mi hija que quería hablar conmigo; fui desatento con una persona sencilla que pretendió hablarme.
Tomo decisiones de mejorar lo mal hecho: pediré disculpas al compañero; estaré atento a ser cordial con quien se dirija a mí; hablaré con mi hija; buscaré siempre el control de mis emociones; reconoceré que la tal propuesta es mala y la olvidaré. Y esto lo haré mañana. Concluyo con una breve oración personal: “Gracias, Señor, aquí voy yo con tu ayuda”. O la que te surja decir. Y así cada noche.
No durará dos años la distancia malévola entre una madre y su hijo; entre dos hermanos o amigos. Si perdono es la voluntad de Dios y no la mía; si no doy unas disculpas es mi voluntad y no la de Dios. Es una pausa sencilla y fácil que hará tu entorno más feliz y lleno de humanismo, o sea lleno de Dios en Jesús. Así estaremos construyendo desde ahora el cielo que vendrá.
Alirio De Los Ríos Flórez
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