La educación híbrida: la apuesta del futuro
Señor director:
En la segunda mitad del siglo XX, se presentaron transformaciones en todos los órdenes que partieron la historia de la humanidad en dos. Tres fenómenos fueron la puerta de entrada al mundo digital: i) con la revolución espacial, las novelas de ficción de Julio Verne se hicieron realidad cuando Neil Armstrong pisó el suelo lunar en julio de 1969; ii) el teléfono alámbrico y doméstico inventado por Antonio Meucci en 1871 amplió sus fronteras con la llegada de internet en 1969, aunque algunos fechan este nacimiento en 1983, y iii) la obsoleta máquina de escribir le dio paso al novedoso computador justo cuando se descubrieron las propiedades excepcionales del silicio que inició la era de la electrónica, la cual, con los chips y los transistores, redujo significativamente el tamaño y el costo de los dispositivos de comunicación y de entretenimiento, tales como la radio, la televisión y los ordenadores, hasta entonces de gran tamaño y de propiedad exclusiva de la élite y las universidades privilegiadas del mundo.
Esa combinación perfecta —conquista del espacio, internet y lenguajes de programación— diseminó la información, acortó las distancias y nos conectó con el mundo en fracciones de segundos. Una de las tantas beneficiadas fue la escuela (por supuesto, no la nuestra), porque no solo incorporó estos nuevos recursos a la agenda del aula, sino que también asumió el reto de rediseñarlos y reinventarlos. Este aislado y cerrado recinto del conocimiento, visitado otrora por las autoridades educativas más interesadas en comprobar el cumplimiento de responsabilidades que en la innovación de los procesos curriculares y pedagógicos, abrió sus puertas al mundo, fue evaluada y allí desnudó sus debilidades y fortalezas.
El punto de no retorno se dio con la pandemia a causa de la covid-19 que obligó a cerrar la escuela presencial y a refugiarnos en la virtualidad. En el aislamiento, pero conectados con el mundo y con la civilización, vivimos una nueva realidad ajustada al computador y a las plataformas digitales, y el conocimiento recorrió grandes distancias que separaban al maestro de su discípulo. Aprendimos en la adversidad, y unos y otros encendimos con dificultad un computador y enviamos nuestro primer correo electrónico. Con el tiempo incursionamos en las plataformas digitales, participamos de los encuentros virtuales, elaboramos videos, desarrollamos algunas habilidades con las redes, y la soñada educación híbrida se fortaleció con los aprendizajes obtenidos en este momento inédito.
Ahora la escuela que se atreva a dar el primer paso deberá oxigenar su Proyecto Educativo Institucional con innovaciones pedagógicas y metodológicas de avanzada, con sistemas de matrícula que tengan cobertura mundial y esquemas de evaluación para el estudiante presente y distante. Así las cosas, el computador, la tableta, el celular, el tablero digital, el avatar, el holograma y la cámara, entre muchos otros, propiedad de la tecnología digital y de la virtualidad, dinamizarán los encuentros sincrónicos y asincrónicos, y darán el toque mágico que tanto ha necesitado la escuela tradicional.
La utilización de estas herramientas alentará los procesos pedagógicos, que no solo serán más amigables con los niños y los jóvenes, sino que también simplificarán los contenidos e impulsarán los proyectos intercontinentales que nos permitirán ser competentes en el contexto orbital. Para entonces, el estudiante que estuvo ubicado al otro lado del océano recibiendo clases desde la distancia hará presencia en la escuela que le dio abrigo, la conocerá, recibirá su certificación que lo acreditará como exalumno, compartirá su cultura con sus compañeros y retornará a su patria titulado.
Orlando Salgado Ramírez
Antonio Caballero
Por Pompilio Iriarte (Ángel Marcel)
No hay mejor homenaje a Caballero
que medir mis palabras a la hora
de lamentar su muerte. Inspiradora,
la sobria lucidez de este viajero
de timidez preclara, bien despierto,
puesto que Antonio es nombre de oponente,
puede volverse en contra del que intente
lucirse en las exequias más que el muerto.
“No es por aguar la fiesta”, me diría
con antoniana sorna e ironía,
mientras mira a otra parte, divertido.
Que no se diga más. Por este sesgo
tan liso y peligroso no me arriesgo,
pues ha llegado a ser lo que ya ha sido.
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