Una voz que se apaga
Señor director:
Una voz se apaga en el concierto
una voz que apaga su esplendor,
colaboró en Correo abierto
y luego, en Voz del Lector.
¡Cómo extraño con la sinceridad de amigo y admirador de sus escritos, al gran señor Don Rogelio Marulanda Gómez! Fue un personaje entregado a la lectura y a sus reflexiones escritas como crítico con conciencia e inteligencia de cara a las realidades sociopolíticas de su tierra natal, de nuestro Caldas, y nuestra convulsionada Colombia. Colaborador asiduo de LA PATRIA por varios años.
Su formación de autodidacto no tuvo las restringidas paredes, ni reglamentos, ni imposiciones de ideologías, ni montañas de informaciones, muchas de ellas inútiles. Su profunda formación humanística y académica la adquirió en la gran universidad del saber, que enseña día a día, en una gran cadena de experiencias vivenciales, viviendo la vida sin perder el tiempo en frivolidades y aprendiendo lo que afectivamente le interesaba de acuerdo con sus innatos dones, que su naturaleza intelectual le obsequió con generosidad y que los supo aprovechar con tino y efectividad.
“No pasé de la máquina de escribir para adaptarme a las exigencias de la nueva tecnología”, me confesaba con la dignidad de un ser humano enchapado con la dignidad de la verdad. Fue un artesano de la pluma, un tejedor de profundas y respetables manifestaciones de intelectualidad, con la sabiduría excelsa de su perspicaz cincel intelectual, fiel a sus principios y a sus convicciones, de acuerdo con sus lineamientos morales de hombre probo y ciudadano integral con independencia y responsabilidad.
Un agradable contertulio con el cual se podía dialogar de temas diversos, respetando las distancias ideológicas, el buen uso de la palabra y el arte de escuchar a sus contertulios.
Vivía inmerso en sus lecturas que le servían de alimento, para pensar y argumentar sus inquietudes como persona que se preocupaba por el discurrir político y social del país.
Hombre de caminar cansino, con sus años a cuestas, pero con el peso de su experiencia y su sabiduría que le dieron un toque particular de intelectual respetable. Su vida frugal hizo de él una persona llena de conocimientos, fruto de la disciplina del encierro voluntario, en la burbuja de sus encantados libros como templo sublime de la sabiduría.
Su modestia no le hizo perder la razón para creerse un privilegiado de la cultura literaria, a pesar de sus vastos conocimientos de autores maestros indiscutibles en la literatura universal, ya que su autenticidad y llaneza fueron sus improntas como características de persona humilde, que entendió como regla de vida que el saber no es para adornar las debilidades ilusas de la egolatría y la megalomanía.
Este ilustre salamineño a quien se le apagó la luz de su inteligencia y la eufónica lira de su voz murió como tantos otros, cubierto por las sombras del anonimato con la modestia del silencio y la llaneza de las grandes celebridades que no necesitan del ruido de los tambores de la publicidad, ni de las coronas de laureles para haber cumplido su misión con lealtad y grandeza en pro de la humanidad en su paso por la tierra. Queda muy bien acompañado de sus paisanos Agripina Montes del Valle y Daniel Echeverry, quienes muy seguramente lo esperan para compartir la felicidad eterna.
Gracias, por haber compartido tantos comentarios por varios años y por su constancia inquebrantable como colaborador con LA PATRIA.
Con gratitud
Elceario de J. Arias A.
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